''Mi papá no me quiere''
Podría contarte que de muy chica fui tres años enteros a la psicóloga por un solo motivo: porque sentía que mi papá no me quería. Mi duda era siempre la misma: ¿Por qué si me quiere no lo dice? ¿Por qué nunca lo escucho expresar nada positivo? ¿Por qué jamás me abrazó?
Podría decirte que la psicóloga intentó convencer a una nena de trece años durante mil noventa y cinco días de que las palabras no siempre tienen peso. Y que, casi obligada, lo aprendí a aceptar: tu papá no te dice que te quiere porque no puede. Tu papá no te dice que está orgulloso de vos porque no puede. Porque no se lo dijeron. Porque no lo críaron así. Tu papá no te abraza porque no puede.
Tu papá te quiere.
Pregunté entonces lo evidente: ¿Y las palabras?, ¿Cómo podes afirmarlo?, ¿Cómo lo sabés?, ¿Cómo lo podría saber cualquiera?, ¿Como alguien puede descifrar lo que otro no dice en palabras ni en gestos?, ¿Cómo puedo sentirme bien cerca de alguien tan frío?, ¿Será que entonces es que yo soy difícil de querer?
Podría mentirte, y decirte que no me destruye sentirme, de vez en cuando, la nena que se sentaba enfrente de una señora desconocida a preguntarse dónde estaban las palabras que el hombre más importante de su vida nunca había pronunciado. La que pataleaba y lloraba. La que insistía en cambiar al padre, porque no podía cambiar de padre. La que quería que su papá le dijera que era valiosa.
La que siempre se exigió de más en cada ámbito de su vida como un trofeo para que su papá por fin pronunciara algo. Algo es mejor que nada.
Podría decirte que reconocer esa importancia en las palabras me volvió escritora.
Podría decirte que hice las paces con la idea de que mi papá es así, pero que, de vez en cuando, en algunas personas, me vuelvo a sentir una nena de trece años otra vez, esforzándose, y vuelvo a formularme la pregunta evidente: ¿Y las palabras? ¿Será que entonces es que yo soy difícil de querer?
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