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Abril 2020

Siempre fui la chica con miedo a hablar. En cada habitación en la que estuve. En cada aula. En cada espacio, grupo, escenario. Todavía lo soy, para qué negarlo. Ustedes me dieron una voz.  Siempre fui la chica con un cuaderno en la mano porque tenía pánico a destacar. Siempre fui la que quiso pasar desapercibida. Ustedes me hicieron encontrar un rinconcito en el mundo en el que, exponerme, no me hace sentir expuesta. Siempre fui la chica que le tenía terror a las puertas principales. A entrar a una reunión donde ya había gente. A las miradas. Nunca quise que la atención se posara en mí. Siempre me vestí de negro. Nunca quise estar en el escenario. Todavía no quiero, para qué negarlo. Excepto cuando escribo. Me gusta sentir que por ese ratito, el mundo me mira, y yo no me siento frágil, sino más fuerte que nunca. Sigo siendo la chica con terror a entrar a cualquier lugar, con terror de que la miren, con terror de destacar. Sigo teniendo pánico de hablar. Sigo queriendo

Despedirme

En el afan de buscarle un cierre, vuelvo, sólo para lastimarme una vez más. No aprendí a despedirme. Las veces que lo hice terminé dando la vuelta, y pactando secuelas a historias que no merecían ni segundas ni terceras partes, aún sabiendo que el guion ya estaba planeado y sólo faltaba escribirlo, y que terminaría mal.  En el afan de no escucharme, te digo que sí. Que estoy dispuesta a escucharte una vez más. Aunque ya sé que las frases que me vas a decir están articuladas. Son las mismas de siempre. Aunque me prometí no volver a creer en nada que intente postergar un final necesario. Vos te vas a sentar enfrente mío, y me vas a repetir el monólogo que ya conozco de memoria, y yo, respetando mi parte en el diálogo, te voy a decir que está bien. Que está bien que me sigas haciendo mal. Me digo a mí misma que la historia necesita un cierre, y vuelvo, y me juro en el trayecto de que sólo se trata de dar un adiós más claro, menos inconcluso, definitivo. Es que no aprendí a despedirme

Un rostro más entre la multitud

Sonrío cordialmente y te digo que te perdono. Siempre perdono.  Todavía no aprendí a perdonarme a mí misma por eso. Sonrío cordialmente y te digo que ''estátodobien''. ¿Por qué no lo estaría? Si no soy nueva en esto. Si las disculpas siempre llegan tarde, a destiempo, cuando ya no puede desintoxicarse el corte. ¿De qué serviría decirte la verdad? Sonrío cordialmente y digo que ya no duele, y eso es real. Para ser todavía más sincera, esta vez es diferente a las demás: no recuerdo lo que sentía cuando dolía, porque el último golpe fue tan fuerte que, por primera vez, se me entumecieron los sentimientos. A mi. Justo a mí, que siempre sentí en exceso. Y a veces, cuando todos duermen, me miro al espejo y me asusto. No me reconozco en lo que veo. Un rostro más entre la multitud. Y a veces, para qué negarlo, me gustaría que sangrara otra vez. Me gustaría llorarte, porque nunca lo hice. Me gustaría sufrir, patalear, u odiarte. Me encantaría poder decir que '&#