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Mostrando entradas de octubre, 2020

Mi soledad

No tengo nada qué ofrecerte, y todo lo que podés ofrecerme, ya lo tengo. Una vez creí que el vino tenía que compartirse para disfrutarse, y que a la noche necesitaba de otros brazos para abrigarme, pero eso fue una vez, hace mucho tiempo. Y en ese entonces yo era una versión mía que ahora desconozco.  No contesto los mensajes de nadie porque no tengo nada qué decir, tampoco para dar. Lo que podría recibir, lo devolvería. Una charla forzada y vacía, un chocolate que va a quedar en la heladera, una melodía que no me eriza la piel ni da ganas de bailar. Hubo un momento en el que me hubiera conformado.  Ese momento, ya pasó. Quizás llegaste tarde, o tal vez todavía es temprano. Pero ahora, por ahora, no hay cupos para acercarse a mí. Estoy ocupada en otras cosas, y todas tienen que ver conmigo. Ninguna de esas cosas amenaza de ningún modo a mi construida, querida, cuidada, casi olímpica soledad. Sol Iannaci.

Parte 2

Desde que nos separamos tengo insomnio. Mis pensamientos me abruman y mantienen en vilo. Sé que escuchar los latidos de tu corazón me haría dormir, porque nada habría cambiado. No tendría que preguntarme qué hago ahora que no te tengo, ni me vería obligada a deshacer de mi mente el futuro que había planeado a tu lado. Sospecho que ya no puedo crear otro distinto y eso me atemoriza. ¿Dónde fueron a parar los planes que teníamos? ¿los viajes que soñábamos? ¿dónde están las cosas que no llegan a suceder? Me gustaría que estuvieran en alguna parte, en algún rincón o recoveco. Las iría a visitar donde fuese que estén, y les contaría que yo no quise desecharlas, pero que a veces esas decisiones se toman de un solo lado. También les diría que no se sientan tan mal: al fin y al cabo eran solo cosas. Yo fui desechada. Y yo no soy una cosa. DDM8 segunda parte. Sol Iannaci

Nuestras diferencias

Vos me decís que esto no funciona, y yo te digo que ni siquiera lo estamos intentando. Nuestras diferencias son claras: Yo estoy parada en la puerta de tu casa, y vos, con tal de no bajar a abrir, me contestás por whatsapp. Nunca te dije lo que me costó llegar, porque sé lo que me responderías: me dirías que nunca me pediste que hiciera nada de lo que hice. Yo te contestaría que no te hagas problema, que puedo encontrar la manera de subir para que no te esfuerces. Yo te gritaría que si no hubiera puesto mi cien, no existiríamos. Y una voz dentro de mi cabeza me diría que entonces, quizás no lo hacemos.  Sol Iannaci

Que me besaras

Hubo una noche en la que esperé que me besaras, pero no te lo pedí. Tampoco tomé la iniciativa, ya me conocés: solo me limité a anhelarlo. Nunca doy pasos en falso porque jamás doy pasos. Esperé que te acercaras, deseé que lo hicieras. Sentí, mientras esperaba el uber, que mi esperanza todavía estaba ahí. Seguía respirando, aunque ya faltaban cinco minutos para que mi auto llegara, y cuatro, y tres.  Pero me diste un beso en el cachete y viajé hacia mi casa mirando por la ventana, convenciéndome de que la próxima vez sí: vos serías más valiente, o yo sería un poco menos cobarde. No existió tal próxima vez. Hubieron otras veces, sí. Pero ya no estábamos ahí. Me quedé pensando durante todo este tiempo, cuántas historias serán las que no se contaron porque faltó, solamente, algo de valentía en el momento perfecto, como para darse cuenta que no existe tal momento: hay que crearlo como si fuese la única chance. Es que quizás lo sea. Sol Iannaci

Ánimo

‪"–¿cómo saber si alguien necesita ánimo?‬     ‪–si esa persona respira"‬ ‪ Mi abuelo era un gran hombre. Solía hacer los mejores chistes y tenía la sonrisa más contagiosa. Mi abuelo, cada vez que en la mesa se producía un silencio, le daba un golpecito con los nudillos, y a los segundos decía bien fuerte una palabra, su muletilla: ánimo.‬ Solo eso: ánimo. Y yo era chiquita, así que no sabía bien a qué se refería. El día en el que mi abuelo murió solo pude pensar en algo. Un susurro tranquilo que me gritaba algo: ánimo. ‪Mi abuelo ya no está pero la palabra persiste en mi corazón. Significa mucho para mí.‬ ‪Ahora cada vez‬ que en mi alma se produce un silencio, y siento miedo, inseguridad, o cansancio, cada vez que pienso en dejar de intentar, o me frustro, o me agoto, me quedo en silencio. Respiro y me digo: ánimo. Ojalá mis palabras sean el ánimo que ustedes necesitan. Porque mis lectores son el que yo necesito para hacer lo que amo hacer. ¿Y quién no

Lo impronunciable

¿Qué pasa entre el “te quiero” que te olvidás de pronunciar, que te da terror pronunciar, que no tenés ocasión de pronunciar, y el “te quiero” que se vuelve impronunciable? Me encantaría poder decir que en ese intervalo existe un puente. Uno que uno cruza a sabiendas que del otro lado ya no hay nada. Un puente lleno de carteles luminosos, de señales en rojo sangre que te gritan que te des vuelta y vuelvas al punto de partida por todo el tiempo que queda. Hasta que la alarma suene, hasta que el último grano de arena caiga del reloj, hasta que el sol se esconda, o se apague. Un puente largo que te advierte que detrás está la última oportunidad, y unos pasos adelante el abismo que te separa para siempre. Me gustaría decir que ese puente, ese túnel, esa brecha, ese camino existe, y que yo lo crucé. Pero no hay nada. No existe siquiera tal intervalo. Si crucé algo, lo hice inconsciente. Entre todo lo que me parecía impronunciable cuando podía pronunciarlo, y todo lo que se volv

Que me ahorques.-

Anoche te quise confiar los miedos pero no pude despertarte. Ya no sé cuántas veces más explicarte cómo quererme si cada vez que lo hago me dejo de querer. Quise coser tus heridas pero me arañaste en el intento, y ya no me quedan tantas vidas como para volverte a intentar. Pero lo hago. El problema es que el orden de los factores sí altera el producto, y no puedo seguir fingiendo que sufrirte de antemano nos asegura algún futuro. Te esperé por tanto tiempo que me intenté convencer de que habías llegado, y ahora me pregunto, mientras te observo dormir, si no fue que te inventaron mis ganas de amar. No quiero que te aferres a mí para no ahogarte. No puedo salvarte si tus idas y vueltas me tienen sujetada del cuello. Alguna vez quise que me ahorcaras, solo un poco, a la noche, como un juego. Hoy ya no puedo respirar. Te di el doble de lo que tenía, y lo que tengo ya no lo quiero. Dejaste una versión mía apagada y ahora me miro al espejo y me imagino en mi reflejo a la que e

Que me duela

En algún momento pedirte una caricia me hubiera bastado, pero ese momento pasó. Si ahora tuviera que pensar en lo que necesito, te diría que me claves las uñas con más violencia de la que tendrías que ejercer para que no me duela.  Quiero que me duela. ¿No es el dolor, nada, excepto una forma de despertar? No es la única, pero es la más efectiva que conozco.  Solo quiero volver a sentir. En algún momento un abrazo hubiera sido efectivo, aunque ya no lo es. Si pienso en lo que me haría bien, tal vez te exigiría que uses más fuerza de la que yo tengo. Puede que quiera que tus brazos me asfixien.  ¿No poder respirar no te recuerda que estás vivo? ¿todas las cosas por las que vale la pena estarlo no son susceptibles de hacernos sufrir? Si pudiera verte ahora mismo, te exigiría que me recuerdes, de cualquier forma, que mi cuerpo es débil. Te rogaría sin decir nada que empezaras por mi cuerpo. Quizás así, puedas llegar a tocar alguna otra fibra. De esas a las que, ya hace tiem

Despedidas

  Te dije entre medio de gritos y llantos que si la decisión estaba tomada (de tu parte, claro), te fueras. Ándate, te pedí, y llevate todo, agregué.  Y te fuiste. La puerta se cerró con una suavidad que me susurraba solo una cosa: para vos la ruptura ya había pasado hace mucho tiempo, y esa tarde solo me la habías decidido comunicar. La suavidad del golpe de la puerta retumbó en mis oídos como si hubieras dado un portazo. Un puñetazo a la pared, una patada, un vaso roto. Todo hubiese sido mejor que esa puerta que cerraste con una dulzura tal que me hizo comprender que era verdad: ya no me amabas. Te estabas yendo liviano sin necesidad de hacer ruido: no querías que yo te detuviera ni siquiera para pelear. Me desmoroné en el piso. Y seguí llorando. Todavía más alto, más infantil, más ahogado. Por si en una de esas casualidades recordabas que alguna vez me quisiste antes de que llegara el ascensor. Te fuiste. Y te llevaste todo, como yo te pedí. Ahora que no encuentro lo que tenía piens

No poder sentir

Claudia me pregunta qué tan grave es la ruptura. Y yo me río, y le digo que hace mucho no rompo con nadie. Claudia me aclara, en vano, cual si no hubiera comprendido el chiste, que se refiere a la mía. Y yo le digo que no es nada grave. Solo no puedo sentir.  Claudia me pide que le desarrolle el problema. Que le cuente por qué vuelvo tal premisa una afirmación. ¿Qué significa no sentir? me pregunta. Y yo le digo que vaya más despacio. Que es difícil encontrarle palabras a la ausencia de algo. Ella me dice que puedo recurrir a las metáforas. Y yo las busco mientras me surge la duda de por qué no puede entender algo tan simple. —Es como si de pronto todos los mares se secaran —y me río. Le digo que la actividad es muy compleja. Claudia me mira, seria, y se acomoda los anteojos.  —Las olas ya no están.  Y le digo que no. Que ya no hay peligro ni inminente sufrimiento. Que ya no tengo ningún miedo. Que todos los rostros me parecen lo mismo y que nadie, (repito nadie), puede hacerme sentir

La luna

  Me duele mirar la luna, después de tanto tiempo, y pensar una milésima de segundo en su belleza, y todo el resto del tiempo en tu nombre y en tu ciudad. Y preguntarme si desde tu balcón se ve tan grande, tan amarilla, tan redonda, tan brillante. Y como primer deseo susurrarle a ella, que alguna vez nos unió, algo tan simple e infantil como que cuando la mires, si es que la mirás, sigas pensando en mí. Como segundo deseo que cuando pienses en mí, si es que lo hacés, algo te susurre que sigo cerca, aún en la distancia. Y como tercer deseo que la distancia, que alguna vez nos hizo ser todo lo que siempre fuimos, sea destructible. Porque miramos la misma luna, ¿no lo hacemos? A pesar del desastre que hicimos, lo que nos hizo existir en ese entonces, ¿no sigue estando ahí? A veces, cuando escucho la palabra ''deseo'', pienso en vos, antes que en nada, y entonces, sospecho que sí.

Cuando no amo

Hay más pasillos iluminados que a oscuras: pero a donde la luz no llega, nadie nunca quiso llegar. A veces me duele alejar, por las dudas, a todo lo que puede dañarme. Lo empujo lejos mío porque me siento cómoda inmersa en esta soledad. Mi soledad es fabricada, elegida, funcional: no funciono dentro del amor, ni con los pies en la orilla, ni caminando en dirección al mar. Cuando no amo, soy la persona que deseo ser. Cuando el amor me roza sutilmente, cuando me pasa cerca, cuando lo observo aproximarse a mí como una ola, me convierto en alguien más. Miro a esa persona a los ojos y no la quiero: la desprecio. Y mi instinto lo arruina todo de antemano, pero no es miedo de amar.  Le tengo terror a la que soy cuando lo hago. Otra diferente, y todo lo demás puede estar ordenado, pero si el amor duele, la vida entera duele. ¿Esa dependencia no debería de ser letal?  "De amor nadie murió", dicen, a modo de consuelo. El amor funciona como una soga al cuello. Mientras las cosas tienen

Lo que otra vez soy

¿Existe alguna diferencia entre los demás cuerpos y el mío? ¿cuando las escuchás respirar cerca de tu oído, su exaltación es idéntica a la mía? ¿si besás sus cuellos, mi perfume se nota ausente? ¿Existe algo, siquiera mínimo, que me separe de todas ellas? ¿algún detalle que me identifique como algo más que piel y hueso? ¿como algo más que otra cosa que desnudar? En una generación tan desapegada, ¿está bien no querer ser parte del ciclo? No quiero ser una cosa que uses e intercambies por otra nueva. Sin embargo, de alguna manera: eso es todo lo que otra vez soy.  

Las cosas que me gustaría decirte

  Que aprendí a tomar vino, y que si estuvieras cerca, te reirías de que siempre se me manche la comisura izquierda del labio. Pero no estás. Que mis estrías ya no me acomplejan y que desnudarme frente a alguien ahora me es fácil: pero solo el cuerpo. Nunca más me desnudé con nadie en alma. Nunca más me desnudé como lo hice con vos. Una vez me contaste los lunares de las mejillas mientras los marcabas con tus dedos, y yo pensé para mis adentros que lo hacías con la concentración de quien busca formar constelaciones en el cielo. Te daba ternura que solo tuviera en un costado del rostro. Ahora en el otro costado apareció uno, y me causa risa que llegó a desarmar tu teoría. A lograr que lo que tuvimos -porque lo tuvimos- desapareciera de otro lugar.  Que ahora vivo sola, y algunas noches se sienten tristes, vacías, insoportables. Cuando siento que las lágrimas comienzan a recorrer mis mejillas, intento pensar en todo lo malo. En lo peor de los dos. Lo vimos morir al amor, ¿no? Tan paulati

Jazi

Mi gata juega con una pluma grande y roja que le compré. Intenta atraparla con sus patitas, y yo la alejo de ella cada vez que va a lograrlo. Este pequeño juego es suficiente para mantener su atención por más de media hora, obstinada en lograr su objetivo y capturar la pluma, pero cuando me canso la apoyo en el suelo, y observo. El interés por la pluma inerte dura apenas unos pocos segundos. Cuando ve que la pluma ya no reacciona ante sus intentos por agarrarla, cuando nota que ahora está ahí, a su alcance, mi gata se va. En busca de algo más divertido. O en busca de algo que se aleje cada vez que ella está a punto de alcanzarlo. A veces, somos gato, y hacemos del amor una pluma.

Pequeños gestos de amor

   Cuando yo era muy chica mi mamá me contó la historia de cómo murió mi abuelo. Y me expresó con mucha humillación que ella se había peleado antes de que falleciera. Nunca le pudo pedir perdón. Yo no le contesté nada. No sabía qué decirle El tiempo pasó, crecí, comencé a escribir, y publiqué un libro. En él la protagonista pierde al padre luego de una gran pelea. Busqué describir esa humillación, analizarla, despedazarla, desarticularla y después erradicarla del cuerpo de Jazmín. O del de mi mamá.  Y se lo regalé. Lo único que se me ocurrió es hacerla sentir comprendida. Tomá, má. Jazmín se sintió como vos. Espero que la leas y entiendas que el padre la amaba. Es un pequeño gesto, tarde, pero seguro. Mi manera de decirte que te escuché, aunque era chica. Y que por muchos años, inconscientemente, pensé en la respuesta correcta. En maneras eficientes de aliviar tu dolor.

Hombres

  No sé por qué razón siempre me fijo en hombres más grandes que yo. A veces siento que lo hago porque soy más madura que los hombres de mi edad. Y me convenzo de que ese es el único motivo. Me digo que quiero que me lleven a lugares que no conozco. Que me hablen de cosas que no comprendo. Que me permitan experimentar con mis sentidos sensaciones nuevas para mí. Otras veces estoy segura de que es porque me siento infantil, caprichosa, quizás hasta desprotegida. Y necesito que la persona que esté a mi lado cubra mis carencias. Necesito que me cuide. Necesito que sepa un poco más de la vida que yo. Me gusta cuando el otro sabe un poco más de la vida que yo. Me fascina cuando me lo explica con dulzura, sin necesidad de hacerme sentir tonta por no saberlo: solo joven. Debe ser por ambos motivos. Debe haber algo que me seduce en el amor que nos hace crecer.

El espectador

  Cuando era chica y escuchaba la celebración de mi papá ante alguna nimiedad que le causaba gracia, yo no hacía más que repetirla hasta el cansancio, una y otra vez, esperando las risas, los aplausos, los elogios de la audiencia. Buscaba la atención del espectador, su aprobación, su mirada. Quería que mi papá me quisiera cada vez más, que esté orgulloso de lo divertida que era su hija, ser el centro de su atención. Y también, en el mismo acto, cautivar al padre de la nena que estaba subiendo al tobogán, al nene que estaba en el subibaja, a mi mamá, que a lo lejos me estaba sacando fotos, y al policía, que sonreía ante mis monerías. De más grande, de vez en cuando, vuelvo a ser esa nena que se desvive una y mil veces porque no la dejen de mirar. Mirá, papá. Agarre la sortija de la calesita. Mirá lo valiosa que soy. Mirá, papá, mamá, amiga, amor, absoluto desconocido: logré todas estas cosas. ¿Alguna vez vieron, alguna vez vi lo valiosa que soy? 

Cada vez más fuera

  Los años me vuelven melancólica, las primeras veces se repiten hasta el cansancio. Me siento frente a otro rostro desconocido, repito el mismo discurso, vuelvo a mi casa con la misma sensación de nada atravesada en el medio del pecho, y te vuelvo a extrañar.  Y me asusta pensar que mi vida va a ser esto por y para siempre: una incesante repetición de principios que se frustran antes de madurar. Ya doblé en estas calles, ya me perdí en estos laberintos, ya quedé atrapada en los mismos callejones. Algunas veces pienso en que fui feliz, y me lo repito, y lo digo en voz alta, en voz baja, separado en silabas, borracha, desnuda, llorando, cansada: fui feliz. En una vida que cada vez siento más lejos.  La felicidad en el amor es un lugar en el que estuve, una o dos veces. Después me dediqué a ver como los demás vivían dentro. Ahora mi vida se basa en sentirme, frente a cada nueva decepción, cada vez más fuera.

Te quiero

  Te quiero porque cuando estoy al lado tuyo pienso que el mundo no es tan malo. Y que todo lo que me pasó, todo lo que atravesé para llegar a tenerte en frente, valió la pena: vos vales solo la alegría. Te quiero porque cuando me abrazás siento que mi cuerpo, al que siempre le encontraba algún defecto, está hecho a medida: solo así encastraría tan bien con el tuyo.  Te quiero porque quererte me ayuda a quererme, y siempre me quise querer. Te quiero porque todo el afuera es ruido, pero cuando duermo a tu lado ya no lo escucho. Y porque el amor debe ser parecido a esto: un baúl cerrado con llave en una habitación a la que nadie tiene acceso. Antes de vos, pensaba que amar era exponer al ser amado en una vidriera en una peatonal. Pero a nosotros nos quiero cuidar. Te quiero porque una vez creí que ya no podía volver a querer. Se podría decir que nuestro amor fue a primera sonrisa: vos sonreíste y yo comprendí que por mantener esa sonrisa, iba a hacer lo que sea. Pero vos no me pediste qu