Cuando no amo

Hay más pasillos iluminados que a oscuras: pero a donde la luz no llega, nadie nunca quiso llegar. A veces me duele alejar, por las dudas, a todo lo que puede dañarme. Lo empujo lejos mío porque me siento cómoda inmersa en esta soledad. Mi soledad es fabricada, elegida, funcional: no funciono dentro del amor, ni con los pies en la orilla, ni caminando en dirección al mar. Cuando no amo, soy la persona que deseo ser. Cuando el amor me roza sutilmente, cuando me pasa cerca, cuando lo observo aproximarse a mí como una ola, me convierto en alguien más.
Miro a esa persona a los ojos y no la quiero: la desprecio. Y mi instinto lo arruina todo de antemano, pero no es miedo de amar. 
Le tengo terror a la que soy cuando lo hago. Otra diferente, y todo lo demás puede estar ordenado, pero si el amor duele, la vida entera duele. ¿Esa dependencia no debería de ser letal? 
"De amor nadie murió", dicen, a modo de consuelo. El amor funciona como una soga al cuello. Mientras las cosas tienen la apariencia de estar bien, vivo con el terror de que se derrumben, de que alguien ejerza sobre mi cuello más presión. Cuando las cosas por fin se desmoronan, la soga me hace sentir asfixiada, pero sigo respirando. Y solo puedo desear salir pronto del mar: salir lo más viva posible. 
Salir y reencontrarme con la que soy cuando no amo: y recordar, juntas, por qué motivos no queríamos entrar.

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