Que me ahorques.-

Anoche te quise confiar los miedos pero no pude despertarte. Ya no sé cuántas veces más explicarte cómo quererme si cada vez que lo hago me dejo de querer. Quise coser tus heridas pero me arañaste en el intento, y ya no me quedan tantas vidas como para volverte a intentar.
Pero lo hago.
El problema es que el orden de los factores sí altera el producto, y no puedo seguir fingiendo que sufrirte de antemano nos asegura algún futuro.
Te esperé por tanto tiempo que me intenté convencer de que habías llegado, y ahora me pregunto, mientras te observo dormir, si no fue que te inventaron mis ganas de amar.
No quiero que te aferres a mí para no ahogarte. No puedo salvarte si tus idas y vueltas me tienen sujetada del cuello.
Alguna vez quise que me ahorcaras, solo un poco, a la noche, como un juego.
Hoy ya no puedo respirar.
Te di el doble de lo que tenía, y lo que tengo ya no lo quiero. Dejaste una versión mía apagada y ahora me miro al espejo y me imagino en mi reflejo a la que era: le pregunto por qué te dejó entrar.
A veces, algunas noches, me abrazás dormido, y yo pienso, mientras siento el calor de tu piel, que todo valió todo, porque todavía te tengo.
Y mientras, un susurro me recuerda tres cosas que ya sé: me sacrifiqué en el intento de tenerte, no te tengo, y las manos que rodean mi propio cuello siempre fueron las mías.
Cada vez que te elijo por sobre mí, te escucho pedirme que mis manos ejerzan un poco más de presión.
Y te concedo el deseo.
La línea entre lo que da placer y lo que duele siempre fue delgada, y hace mucho se cruzó. Ya no quiero que me ahorques ni que me obligues a ahorcarme.
Ya todo dejó de ser un juego.

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