No poder sentir

Claudia me pregunta qué tan grave es la ruptura. Y yo me río, y le digo que hace mucho no rompo con nadie. Claudia me aclara, en vano, cual si no hubiera comprendido el chiste, que se refiere a la mía. Y yo le digo que no es nada grave. Solo no puedo sentir. 
Claudia me pide que le desarrolle el problema. Que le cuente por qué vuelvo tal premisa una afirmación. ¿Qué significa no sentir? me pregunta. Y yo le digo que vaya más despacio. Que es difícil encontrarle palabras a la ausencia de algo. Ella me dice que puedo recurrir a las metáforas. Y yo las busco mientras me surge la duda de por qué no puede entender algo tan simple.
—Es como si de pronto todos los mares se secaran —y me río. Le digo que la actividad es muy compleja. Claudia me mira, seria, y se acomoda los anteojos. 
—Las olas ya no están. 
Y le digo que no. Que ya no hay peligro ni inminente sufrimiento. Que ya no tengo ningún miedo. Que todos los rostros me parecen lo mismo y que nadie, (repito nadie), puede hacerme sentir siquiera cosquillas. Que cuando alguna persona intenta aproximarse la empujo lejos, y corro asustada. Que me volví apática, desconfiada, incrédula. Que no me emociona conocer a alguien nuevo, como si siempre abriera el mismo libro. Como si ya supiera lo que va a pasar después. Que arruino las cosas de antemano y que creo que inconscientemente lo hago para protegerme. Que cuando me miro en el espejo, me genera un poco de tristeza. Tener veintitrés años, digo. Y ya no querer querer. O ya no poder. O ya no saber. Que cuando algo comienza solo sé destruirlo. Que yo era tan diferente en una vida no tan lejana... Y asiente con la cabeza. Y anota cosas en una libreta que desearía poder romper.
—¿Qué pasaría si los mares se secaran, Sol?
Pienso en los residuos, en la sequía, en el hambre. Pero no le contesto. En cambio, le pregunto algo a ella. 
—¿Existe forma alguna de recuperar lo que ya se perdió?
—No mientras le tengas más terror a las olas que a la sequía —contesta. Y termina la sesión.

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