Despedidas

 Te dije entre medio de gritos y llantos que si la decisión estaba tomada (de tu parte, claro), te fueras. Ándate, te pedí, y llevate todo, agregué. 
Y te fuiste.
La puerta se cerró con una suavidad que me susurraba solo una cosa: para vos la ruptura ya había pasado hace mucho tiempo, y esa tarde solo me la habías decidido comunicar. La suavidad del golpe de la puerta retumbó en mis oídos como si hubieras dado un portazo.
Un puñetazo a la pared, una patada, un vaso roto. Todo hubiese sido mejor que esa puerta que cerraste con una dulzura tal que me hizo comprender que era verdad: ya no me amabas. Te estabas yendo liviano sin necesidad de hacer ruido: no querías que yo te detuviera ni siquiera para pelear.
Me desmoroné en el piso. Y seguí llorando. Todavía más alto, más infantil, más ahogado. Por si en una de esas casualidades recordabas que alguna vez me quisiste antes de que llegara el ascensor.
Te fuiste. Y te llevaste todo, como yo te pedí.
Ahora que no encuentro lo que tenía pienso que tal vez fue mi error, tengo esa manía. Digo cosas sin pensar, y a veces sin sentir: cuando te dije que lo te llevarás todo, no pretendía que incluyeras en tu mochila lo bueno que había en mí. 
Sol Iannaci

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