El espectador
Cuando era chica y escuchaba la celebración de mi papá ante alguna nimiedad que le causaba gracia, yo no hacía más que repetirla hasta el cansancio, una y otra vez, esperando las risas, los aplausos, los elogios de la audiencia. Buscaba la atención del espectador, su aprobación, su mirada. Quería que mi papá me quisiera cada vez más, que esté orgulloso de lo divertida que era su hija, ser el centro de su atención. Y también, en el mismo acto, cautivar al padre de la nena que estaba subiendo al tobogán, al nene que estaba en el subibaja, a mi mamá, que a lo lejos me estaba sacando fotos, y al policía, que sonreía ante mis monerías.
De más grande, de vez en cuando, vuelvo a ser esa nena que se desvive una y mil veces porque no la dejen de mirar.
Mirá, papá. Agarre la sortija de la calesita. Mirá lo valiosa que soy.
Mirá, papá, mamá, amiga, amor, absoluto desconocido: logré todas estas cosas. ¿Alguna vez vieron, alguna vez vi lo valiosa que soy?
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