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Mi soledad

No tengo nada qué ofrecerte, y todo lo que podés ofrecerme, ya lo tengo. Una vez creí que el vino tenía que compartirse para disfrutarse, y que a la noche necesitaba de otros brazos para abrigarme, pero eso fue una vez, hace mucho tiempo. Y en ese entonces yo era una versión mía que ahora desconozco.  No contesto los mensajes de nadie porque no tengo nada qué decir, tampoco para dar. Lo que podría recibir, lo devolvería. Una charla forzada y vacía, un chocolate que va a quedar en la heladera, una melodía que no me eriza la piel ni da ganas de bailar. Hubo un momento en el que me hubiera conformado.  Ese momento, ya pasó. Quizás llegaste tarde, o tal vez todavía es temprano. Pero ahora, por ahora, no hay cupos para acercarse a mí. Estoy ocupada en otras cosas, y todas tienen que ver conmigo. Ninguna de esas cosas amenaza de ningún modo a mi construida, querida, cuidada, casi olímpica soledad. Sol Iannaci.

Parte 2

Desde que nos separamos tengo insomnio. Mis pensamientos me abruman y mantienen en vilo. Sé que escuchar los latidos de tu corazón me haría dormir, porque nada habría cambiado. No tendría que preguntarme qué hago ahora que no te tengo, ni me vería obligada a deshacer de mi mente el futuro que había planeado a tu lado. Sospecho que ya no puedo crear otro distinto y eso me atemoriza. ¿Dónde fueron a parar los planes que teníamos? ¿los viajes que soñábamos? ¿dónde están las cosas que no llegan a suceder? Me gustaría que estuvieran en alguna parte, en algún rincón o recoveco. Las iría a visitar donde fuese que estén, y les contaría que yo no quise desecharlas, pero que a veces esas decisiones se toman de un solo lado. También les diría que no se sientan tan mal: al fin y al cabo eran solo cosas. Yo fui desechada. Y yo no soy una cosa. DDM8 segunda parte. Sol Iannaci

Nuestras diferencias

Vos me decís que esto no funciona, y yo te digo que ni siquiera lo estamos intentando. Nuestras diferencias son claras: Yo estoy parada en la puerta de tu casa, y vos, con tal de no bajar a abrir, me contestás por whatsapp. Nunca te dije lo que me costó llegar, porque sé lo que me responderías: me dirías que nunca me pediste que hiciera nada de lo que hice. Yo te contestaría que no te hagas problema, que puedo encontrar la manera de subir para que no te esfuerces. Yo te gritaría que si no hubiera puesto mi cien, no existiríamos. Y una voz dentro de mi cabeza me diría que entonces, quizás no lo hacemos.  Sol Iannaci

Que me besaras

Hubo una noche en la que esperé que me besaras, pero no te lo pedí. Tampoco tomé la iniciativa, ya me conocés: solo me limité a anhelarlo. Nunca doy pasos en falso porque jamás doy pasos. Esperé que te acercaras, deseé que lo hicieras. Sentí, mientras esperaba el uber, que mi esperanza todavía estaba ahí. Seguía respirando, aunque ya faltaban cinco minutos para que mi auto llegara, y cuatro, y tres.  Pero me diste un beso en el cachete y viajé hacia mi casa mirando por la ventana, convenciéndome de que la próxima vez sí: vos serías más valiente, o yo sería un poco menos cobarde. No existió tal próxima vez. Hubieron otras veces, sí. Pero ya no estábamos ahí. Me quedé pensando durante todo este tiempo, cuántas historias serán las que no se contaron porque faltó, solamente, algo de valentía en el momento perfecto, como para darse cuenta que no existe tal momento: hay que crearlo como si fuese la única chance. Es que quizás lo sea. Sol Iannaci

Ánimo

‪"–¿cómo saber si alguien necesita ánimo?‬     ‪–si esa persona respira"‬ ‪ Mi abuelo era un gran hombre. Solía hacer los mejores chistes y tenía la sonrisa más contagiosa. Mi abuelo, cada vez que en la mesa se producía un silencio, le daba un golpecito con los nudillos, y a los segundos decía bien fuerte una palabra, su muletilla: ánimo.‬ Solo eso: ánimo. Y yo era chiquita, así que no sabía bien a qué se refería. El día en el que mi abuelo murió solo pude pensar en algo. Un susurro tranquilo que me gritaba algo: ánimo. ‪Mi abuelo ya no está pero la palabra persiste en mi corazón. Significa mucho para mí.‬ ‪Ahora cada vez‬ que en mi alma se produce un silencio, y siento miedo, inseguridad, o cansancio, cada vez que pienso en dejar de intentar, o me frustro, o me agoto, me quedo en silencio. Respiro y me digo: ánimo. Ojalá mis palabras sean el ánimo que ustedes necesitan. Porque mis lectores son el que yo necesito para hacer lo que amo hacer. ¿Y quién no

Lo impronunciable

¿Qué pasa entre el “te quiero” que te olvidás de pronunciar, que te da terror pronunciar, que no tenés ocasión de pronunciar, y el “te quiero” que se vuelve impronunciable? Me encantaría poder decir que en ese intervalo existe un puente. Uno que uno cruza a sabiendas que del otro lado ya no hay nada. Un puente lleno de carteles luminosos, de señales en rojo sangre que te gritan que te des vuelta y vuelvas al punto de partida por todo el tiempo que queda. Hasta que la alarma suene, hasta que el último grano de arena caiga del reloj, hasta que el sol se esconda, o se apague. Un puente largo que te advierte que detrás está la última oportunidad, y unos pasos adelante el abismo que te separa para siempre. Me gustaría decir que ese puente, ese túnel, esa brecha, ese camino existe, y que yo lo crucé. Pero no hay nada. No existe siquiera tal intervalo. Si crucé algo, lo hice inconsciente. Entre todo lo que me parecía impronunciable cuando podía pronunciarlo, y todo lo que se volv

Que me ahorques.-

Anoche te quise confiar los miedos pero no pude despertarte. Ya no sé cuántas veces más explicarte cómo quererme si cada vez que lo hago me dejo de querer. Quise coser tus heridas pero me arañaste en el intento, y ya no me quedan tantas vidas como para volverte a intentar. Pero lo hago. El problema es que el orden de los factores sí altera el producto, y no puedo seguir fingiendo que sufrirte de antemano nos asegura algún futuro. Te esperé por tanto tiempo que me intenté convencer de que habías llegado, y ahora me pregunto, mientras te observo dormir, si no fue que te inventaron mis ganas de amar. No quiero que te aferres a mí para no ahogarte. No puedo salvarte si tus idas y vueltas me tienen sujetada del cuello. Alguna vez quise que me ahorcaras, solo un poco, a la noche, como un juego. Hoy ya no puedo respirar. Te di el doble de lo que tenía, y lo que tengo ya no lo quiero. Dejaste una versión mía apagada y ahora me miro al espejo y me imagino en mi reflejo a la que e

Que me duela

En algún momento pedirte una caricia me hubiera bastado, pero ese momento pasó. Si ahora tuviera que pensar en lo que necesito, te diría que me claves las uñas con más violencia de la que tendrías que ejercer para que no me duela.  Quiero que me duela. ¿No es el dolor, nada, excepto una forma de despertar? No es la única, pero es la más efectiva que conozco.  Solo quiero volver a sentir. En algún momento un abrazo hubiera sido efectivo, aunque ya no lo es. Si pienso en lo que me haría bien, tal vez te exigiría que uses más fuerza de la que yo tengo. Puede que quiera que tus brazos me asfixien.  ¿No poder respirar no te recuerda que estás vivo? ¿todas las cosas por las que vale la pena estarlo no son susceptibles de hacernos sufrir? Si pudiera verte ahora mismo, te exigiría que me recuerdes, de cualquier forma, que mi cuerpo es débil. Te rogaría sin decir nada que empezaras por mi cuerpo. Quizás así, puedas llegar a tocar alguna otra fibra. De esas a las que, ya hace tiem

Despedidas

  Te dije entre medio de gritos y llantos que si la decisión estaba tomada (de tu parte, claro), te fueras. Ándate, te pedí, y llevate todo, agregué.  Y te fuiste. La puerta se cerró con una suavidad que me susurraba solo una cosa: para vos la ruptura ya había pasado hace mucho tiempo, y esa tarde solo me la habías decidido comunicar. La suavidad del golpe de la puerta retumbó en mis oídos como si hubieras dado un portazo. Un puñetazo a la pared, una patada, un vaso roto. Todo hubiese sido mejor que esa puerta que cerraste con una dulzura tal que me hizo comprender que era verdad: ya no me amabas. Te estabas yendo liviano sin necesidad de hacer ruido: no querías que yo te detuviera ni siquiera para pelear. Me desmoroné en el piso. Y seguí llorando. Todavía más alto, más infantil, más ahogado. Por si en una de esas casualidades recordabas que alguna vez me quisiste antes de que llegara el ascensor. Te fuiste. Y te llevaste todo, como yo te pedí. Ahora que no encuentro lo que tenía piens

No poder sentir

Claudia me pregunta qué tan grave es la ruptura. Y yo me río, y le digo que hace mucho no rompo con nadie. Claudia me aclara, en vano, cual si no hubiera comprendido el chiste, que se refiere a la mía. Y yo le digo que no es nada grave. Solo no puedo sentir.  Claudia me pide que le desarrolle el problema. Que le cuente por qué vuelvo tal premisa una afirmación. ¿Qué significa no sentir? me pregunta. Y yo le digo que vaya más despacio. Que es difícil encontrarle palabras a la ausencia de algo. Ella me dice que puedo recurrir a las metáforas. Y yo las busco mientras me surge la duda de por qué no puede entender algo tan simple. —Es como si de pronto todos los mares se secaran —y me río. Le digo que la actividad es muy compleja. Claudia me mira, seria, y se acomoda los anteojos.  —Las olas ya no están.  Y le digo que no. Que ya no hay peligro ni inminente sufrimiento. Que ya no tengo ningún miedo. Que todos los rostros me parecen lo mismo y que nadie, (repito nadie), puede hacerme sentir

La luna

  Me duele mirar la luna, después de tanto tiempo, y pensar una milésima de segundo en su belleza, y todo el resto del tiempo en tu nombre y en tu ciudad. Y preguntarme si desde tu balcón se ve tan grande, tan amarilla, tan redonda, tan brillante. Y como primer deseo susurrarle a ella, que alguna vez nos unió, algo tan simple e infantil como que cuando la mires, si es que la mirás, sigas pensando en mí. Como segundo deseo que cuando pienses en mí, si es que lo hacés, algo te susurre que sigo cerca, aún en la distancia. Y como tercer deseo que la distancia, que alguna vez nos hizo ser todo lo que siempre fuimos, sea destructible. Porque miramos la misma luna, ¿no lo hacemos? A pesar del desastre que hicimos, lo que nos hizo existir en ese entonces, ¿no sigue estando ahí? A veces, cuando escucho la palabra ''deseo'', pienso en vos, antes que en nada, y entonces, sospecho que sí.

Cuando no amo

Hay más pasillos iluminados que a oscuras: pero a donde la luz no llega, nadie nunca quiso llegar. A veces me duele alejar, por las dudas, a todo lo que puede dañarme. Lo empujo lejos mío porque me siento cómoda inmersa en esta soledad. Mi soledad es fabricada, elegida, funcional: no funciono dentro del amor, ni con los pies en la orilla, ni caminando en dirección al mar. Cuando no amo, soy la persona que deseo ser. Cuando el amor me roza sutilmente, cuando me pasa cerca, cuando lo observo aproximarse a mí como una ola, me convierto en alguien más. Miro a esa persona a los ojos y no la quiero: la desprecio. Y mi instinto lo arruina todo de antemano, pero no es miedo de amar.  Le tengo terror a la que soy cuando lo hago. Otra diferente, y todo lo demás puede estar ordenado, pero si el amor duele, la vida entera duele. ¿Esa dependencia no debería de ser letal?  "De amor nadie murió", dicen, a modo de consuelo. El amor funciona como una soga al cuello. Mientras las cosas tienen

Lo que otra vez soy

¿Existe alguna diferencia entre los demás cuerpos y el mío? ¿cuando las escuchás respirar cerca de tu oído, su exaltación es idéntica a la mía? ¿si besás sus cuellos, mi perfume se nota ausente? ¿Existe algo, siquiera mínimo, que me separe de todas ellas? ¿algún detalle que me identifique como algo más que piel y hueso? ¿como algo más que otra cosa que desnudar? En una generación tan desapegada, ¿está bien no querer ser parte del ciclo? No quiero ser una cosa que uses e intercambies por otra nueva. Sin embargo, de alguna manera: eso es todo lo que otra vez soy.  

Las cosas que me gustaría decirte

  Que aprendí a tomar vino, y que si estuvieras cerca, te reirías de que siempre se me manche la comisura izquierda del labio. Pero no estás. Que mis estrías ya no me acomplejan y que desnudarme frente a alguien ahora me es fácil: pero solo el cuerpo. Nunca más me desnudé con nadie en alma. Nunca más me desnudé como lo hice con vos. Una vez me contaste los lunares de las mejillas mientras los marcabas con tus dedos, y yo pensé para mis adentros que lo hacías con la concentración de quien busca formar constelaciones en el cielo. Te daba ternura que solo tuviera en un costado del rostro. Ahora en el otro costado apareció uno, y me causa risa que llegó a desarmar tu teoría. A lograr que lo que tuvimos -porque lo tuvimos- desapareciera de otro lugar.  Que ahora vivo sola, y algunas noches se sienten tristes, vacías, insoportables. Cuando siento que las lágrimas comienzan a recorrer mis mejillas, intento pensar en todo lo malo. En lo peor de los dos. Lo vimos morir al amor, ¿no? Tan paulati

Jazi

Mi gata juega con una pluma grande y roja que le compré. Intenta atraparla con sus patitas, y yo la alejo de ella cada vez que va a lograrlo. Este pequeño juego es suficiente para mantener su atención por más de media hora, obstinada en lograr su objetivo y capturar la pluma, pero cuando me canso la apoyo en el suelo, y observo. El interés por la pluma inerte dura apenas unos pocos segundos. Cuando ve que la pluma ya no reacciona ante sus intentos por agarrarla, cuando nota que ahora está ahí, a su alcance, mi gata se va. En busca de algo más divertido. O en busca de algo que se aleje cada vez que ella está a punto de alcanzarlo. A veces, somos gato, y hacemos del amor una pluma.

Pequeños gestos de amor

   Cuando yo era muy chica mi mamá me contó la historia de cómo murió mi abuelo. Y me expresó con mucha humillación que ella se había peleado antes de que falleciera. Nunca le pudo pedir perdón. Yo no le contesté nada. No sabía qué decirle El tiempo pasó, crecí, comencé a escribir, y publiqué un libro. En él la protagonista pierde al padre luego de una gran pelea. Busqué describir esa humillación, analizarla, despedazarla, desarticularla y después erradicarla del cuerpo de Jazmín. O del de mi mamá.  Y se lo regalé. Lo único que se me ocurrió es hacerla sentir comprendida. Tomá, má. Jazmín se sintió como vos. Espero que la leas y entiendas que el padre la amaba. Es un pequeño gesto, tarde, pero seguro. Mi manera de decirte que te escuché, aunque era chica. Y que por muchos años, inconscientemente, pensé en la respuesta correcta. En maneras eficientes de aliviar tu dolor.

Hombres

  No sé por qué razón siempre me fijo en hombres más grandes que yo. A veces siento que lo hago porque soy más madura que los hombres de mi edad. Y me convenzo de que ese es el único motivo. Me digo que quiero que me lleven a lugares que no conozco. Que me hablen de cosas que no comprendo. Que me permitan experimentar con mis sentidos sensaciones nuevas para mí. Otras veces estoy segura de que es porque me siento infantil, caprichosa, quizás hasta desprotegida. Y necesito que la persona que esté a mi lado cubra mis carencias. Necesito que me cuide. Necesito que sepa un poco más de la vida que yo. Me gusta cuando el otro sabe un poco más de la vida que yo. Me fascina cuando me lo explica con dulzura, sin necesidad de hacerme sentir tonta por no saberlo: solo joven. Debe ser por ambos motivos. Debe haber algo que me seduce en el amor que nos hace crecer.

El espectador

  Cuando era chica y escuchaba la celebración de mi papá ante alguna nimiedad que le causaba gracia, yo no hacía más que repetirla hasta el cansancio, una y otra vez, esperando las risas, los aplausos, los elogios de la audiencia. Buscaba la atención del espectador, su aprobación, su mirada. Quería que mi papá me quisiera cada vez más, que esté orgulloso de lo divertida que era su hija, ser el centro de su atención. Y también, en el mismo acto, cautivar al padre de la nena que estaba subiendo al tobogán, al nene que estaba en el subibaja, a mi mamá, que a lo lejos me estaba sacando fotos, y al policía, que sonreía ante mis monerías. De más grande, de vez en cuando, vuelvo a ser esa nena que se desvive una y mil veces porque no la dejen de mirar. Mirá, papá. Agarre la sortija de la calesita. Mirá lo valiosa que soy. Mirá, papá, mamá, amiga, amor, absoluto desconocido: logré todas estas cosas. ¿Alguna vez vieron, alguna vez vi lo valiosa que soy? 

Cada vez más fuera

  Los años me vuelven melancólica, las primeras veces se repiten hasta el cansancio. Me siento frente a otro rostro desconocido, repito el mismo discurso, vuelvo a mi casa con la misma sensación de nada atravesada en el medio del pecho, y te vuelvo a extrañar.  Y me asusta pensar que mi vida va a ser esto por y para siempre: una incesante repetición de principios que se frustran antes de madurar. Ya doblé en estas calles, ya me perdí en estos laberintos, ya quedé atrapada en los mismos callejones. Algunas veces pienso en que fui feliz, y me lo repito, y lo digo en voz alta, en voz baja, separado en silabas, borracha, desnuda, llorando, cansada: fui feliz. En una vida que cada vez siento más lejos.  La felicidad en el amor es un lugar en el que estuve, una o dos veces. Después me dediqué a ver como los demás vivían dentro. Ahora mi vida se basa en sentirme, frente a cada nueva decepción, cada vez más fuera.

Te quiero

  Te quiero porque cuando estoy al lado tuyo pienso que el mundo no es tan malo. Y que todo lo que me pasó, todo lo que atravesé para llegar a tenerte en frente, valió la pena: vos vales solo la alegría. Te quiero porque cuando me abrazás siento que mi cuerpo, al que siempre le encontraba algún defecto, está hecho a medida: solo así encastraría tan bien con el tuyo.  Te quiero porque quererte me ayuda a quererme, y siempre me quise querer. Te quiero porque todo el afuera es ruido, pero cuando duermo a tu lado ya no lo escucho. Y porque el amor debe ser parecido a esto: un baúl cerrado con llave en una habitación a la que nadie tiene acceso. Antes de vos, pensaba que amar era exponer al ser amado en una vidriera en una peatonal. Pero a nosotros nos quiero cuidar. Te quiero porque una vez creí que ya no podía volver a querer. Se podría decir que nuestro amor fue a primera sonrisa: vos sonreíste y yo comprendí que por mantener esa sonrisa, iba a hacer lo que sea. Pero vos no me pediste qu

Después del minuto ocho

Cuando empecé a escribir en redes tenía veinte años: la edad que tiene Jazmín en "Después del minuto ocho". Hoy tengo veintitrés, y publiqué mi primera novela. Una novela sobre el dolor. Un dolor que experimenté varias veces a lo largo de mi vida. Muchos me preguntan cómo plasmé lo que se siente transitar un duelo sin jamás haberlo sufrido. La respuesta no la tuve antes, pero la tengo ahora: el dolor es universal. Cuando estamos tristes, la tristeza del otro nos suena siempre parecida a la nuestra, aunque la causa sea diferente. Nos encontramos resonando con las emociones que el otro tiene. Cuando estamos tristes, nuestro dolor lo abarca todo, y siempre parece el más grande. Yo también, al igual que Jaz, me sentí incomprendida muchas veces. Yo también creí que mi tristeza repelía a los demás. Yo también sospeché que mi angustia lo abarcaba y abarcaría todo por y para siempre. Yo también me consolé a mí misma con un "esto también pasará". En el camino encontré a

Lo que se sentía sentir

Quizás lo olvidé, porque doy fe de que en algún momento lo supe: algún día, no hace mucho tiempo, dentro de esta misma vida, supe lo que se sentía sentir. Puede que hace ya bastante nada sea más que ésto: una infinita sucesión de intentos por recordarlo. Por recordar cómo vivía cuando mis emociones no estaban entumecidas. Y fracaso, todas las veces. Entonces dejo que otras manos toquen mi cuerpo, y beso, con toda la pasión que encuentro todavía dentro mío, otros labios. Y trato, lo juro: ésta soy yo tratando. No te das una idea cuánto, aunque no se note para nada. Pero nadie, nada me llena, y sospecho que mi mayor temor es que ésto yo lo deseé. Sé que no quería sufrir más, pero: cuando sufría había literatura, y pasión, y el sexo valía algo. Ahora todos ellos son solo un medio para desadormecer este sinsabor que es la vida cuando no se siente nada de nada: ni siquiera dolor. Entonces dejo que besen mi piel, y me refugio en el alcohol para poder olvidarlo todo por la mañana.

Los momentos en los que no estuviste

No me ayudaste con la mudanza, ni a pintar las paredes cuando te conté que iba a hacerlo sola. Pero contraté a alguien, por si te lo preguntás. No pudiste venir a mi fiesta de cumpleaños porque tenías otros planes, pero igual usé un vestido nuevo, besé los labios de un chico hermoso, y me emborraché. No faltó ninguna de mis amigas: a ellas también les conté lo importante que es para mi mi cumpleaños. Ellas escucharon. No me felicitaste por mi libro. No me llamaste cuando te conté que renuncié al trabajo, no apareciste en mi casa el tres de febrero con un regalo o con flores. Y te esperé, unos minutos.  Tus brazos no estuvieron para sostenerme. No cumpliste mis expectativas y no eran muy altas: me encontré bajándolas, acomodándolas a tu antojo. Hasta que las subí de un tirón y cerré mi puerta, igual que hice con los demás. No me hiciste el desayuno las mañanas en las que desperté a tu lado, ni me abrazaste en las noches que dormí con vos. No me sacaste el frío: bajaste aún m

Tu mediocridad

No te lo tomes personal: lo mejor que generó tu mediocridad es un montón de risas. Se reproducen en miles de rostros, en chistes excelentes, y así es cómo funciona el mundo. Tu paso por mi vida fue muy cómico como para quedarme riendo sola. Aunque tal vez, si hubieras llegado años atrás me hubiera comparado con todas ellas, y tu hipocresía me hubiera hecho llorar. No creas que nos reímos de vos. Nos reímos con vos. No creas que nadie te culpa. Sé que seguramente te gustaría ser un hombre de verdad, pero lo que te tocó en suerte es lo que tenés.  Y gracias a mí ahora hacés reír. ¿No es la risa sanadora?, ¿no es saludable sonreír? Quizás le aliviaste la semana a alguna persona que necesitaba un instante de alegría. Tal vez, gracias a mi, generaste algo positivo sin pretenderlo: causaste gracia. Sería una lástima que no te lo tomes como un cumplido, porque es lo que es. Entonces te pido perdón por no estar arrepentida en lo absoluto, y te digo de antemano, que jamás te pediría perd

El beneficio de tenerme

Te voy a mostrar las mejores cosas, las que siempre buscaste, incluso si no las valorás, sobre todo si no lo hacés: lo que es que te escuchen y que estén en el detalle. Siempre estoy en el detalle, porque cuando quiero, o cuando pienso que quiero, lo hago con todo mi corazón. Vas a poder localizarme cuando te sientas mal, porque así es como soy. Cuando estoy lo hago con el alma, y también pongo el cuerpo. No te van a faltar mis consejos si necesitás ayuda, ni mis brazos si te sentís solo. Te voy a hacer los mejores regalos, los que lleven más dedicación. Voy a aprenderme tus gustos, a preguntarte cómo te fue en el parcial para el que me dijiste hace cinco días que estabas estudiando, y a sorprender con gestos que te van a demostrar lo que yo ya sé: es un enorme beneficio tenerme cerca.  Y todo esto va a durar un breve periodo de tiempo, unas semanas o unos meses, hasta que me asegure de que quedó claro que nuestras diferencias son irreconciliables. Después voy a irme, y nunca más va

Las reglas de tu juego

Solías decirme que las reglas las tenías que poner vos, porque así era como yo podía ser parte de tu juego: ese fue tu primer error. El segundo, pensar que si nos sometías a un juego, te dejaría ganarlo. Estabas tan seguro de que yo podía llegar a querer una parte tuya, cualquiera con tal de tenerte: alguna sobra. ¿De verdad creíste que una persona como yo podía valer sobras? Tal vez no lo notaste, espero que ahora lo hagas: no se puede manipular a quien no tiene nada que perder. Yo no tenía nada que perder si te perdía. Vos, sí. ¿Te acordás cuando me estableciste los límites? tu narcisismo te dio la confianza para decidir por los dos, y yo hice lo que mejor sé hacer: te dejé solo. ¿Podés jugar ahora? supongo que no. Ya no tenés con quién. ¿Seguís creyéndote irremplazable? Solías decirme que no había segundas oportunidades: escuché de parte de tus amigos que estás intentando localizarme. Te encuentro en lugares en los que nunca estuviste: hasta en mi mail.  Sé que debe ser

¿te vas a arrepentir?

Yo no sé honestamente si te vas a arrepentir, aunque mis amigos, mi mamá, y hasta mi sobrina de cuatro años me prometen que sí. Yo no sé si es verdad eso de que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, o si solo pasa en las películas y en la vida real el que no te ve, no te ve, aunque deje de verte. Yo no puedo asegurar que al menos por un instante, (que a esta altura es suficiente), te mires al espejo o mires a los ojos de la chica que no te entiende cuando le contás que te sentís triste o feliz, y tragues saliva, porque algo, algún recoveco del alma que no te encontré, te señala tu error. Yo no sé si escuchar mi nombre te recuerda a tu error. Solo sé que al fin y al cabo, y aunque sería lindo, no importa que te arrepientas de haber logrado que me vaya, o de no haberme retenido apenas empecé a caminar en dirección contraria. Lo que realmente importa, (y de esto estoy segura), es que yo sé que jamás me voy a arrepentir . Hubo personas que me hirieron, cuyos nombres y

Años en redactar una disculpa

— Perdón  —. T e escucho decir, después de años.  — No te hablé más porque sentía que estabas enojada  — agregás. ¿Dijiste enojada? yo no estaba enojada. Supongo que ya no importa. Me recuerda a algo: a excusas parecidas, pero de otras personas. Habían terminado, de su parte y antes de que yo me enterara, el vínculo conmigo, porque sentían que ''era lo que yo quería'', ¿o que no era la misma? sentían que me pasaba algo, ¿o que yo estaba esperando que desaparecieran, así como así, de un día al otro?, no querían molestarme porque sospechaban que algo se había roto, y entonces hicieron lo lógico: destruirlo todo y huir, dejándome a mí, sola, preguntándome qué había pasado, o cómo es que la gente puede descartarte de manera tan repentina y sin razón aparente, para volver años después a confesar... que creían que estaba enojada.  Ilógico hubiera sido decirlo en el momento y salvar lo que, todavía, ni siquiera estaba perdido, excepto en su imaginación. Ilógico al menos p

El novio

Me gustaría explicarte que no jugué con vos, ni con el anterior, tampoco con los otros cinco o seis. Me gustaría que supieras que te mentí sí, pero solo lo suficiente. ¿No mentimos todos un poco? No soy nueva en esto, incluso aunque me gusta dar la impresión de que lo soy.  A veces me miro en el espejo y sonrío, ¿alguna vez me había sentido mejor? escucho música a todo volumen, bailo mientras disfruto de mirar mi reflejo, y canto a los gritos: todo en el silencio de mi habitación.  Me estoy por ir a vivir sola, elegí el departamento porque era en un piso ocho, ¿sabías que es mi número de la suerte? En este momento hay alguien pintando la pared de mi habitación de rosa viejo, ¿sabías que es mi color favorito? Mi balcón tiene la vista más hermosa que vi en mi vida. Ahí me voy a sentar a mirar el verde de los árboles todos los días, sola, y si invito a alguien, va a existir una regla sagrada: no se pueden quedar a dormir.  Los dos gatos que voy a adoptar no van a despertarse al lad

En ellos no me sumergiría

Si pudiera librarme del peso de tu ausencia, los hubiera querido a cada uno de ellos, a todos: porque no tendría manera alguna de compararlos con algo superior. Si pudiera impedir que tu recuerdo siga siendo el estandar del que sostengo mis ambiciones, los hubiera llorado a cada uno de ellos, a todos: y no sentiría que cada vez que derramo lágrimas, me estoy inventado excusas para volver a sufrirte a vos. Si tuviera alguna fórmula, un método para olvidarte, quizás él me hubiera significado algo. Algo es mejor que nada. O tal vez él me hubiera podido lastimar, pero no lo hizo. Los demás hacen cortes superficiales, y si meto mi dedo en el tajo, si apreto con fuerza para llegar profundo, ahí dentro seguís sangrando vos, como una herida interna que se sigue extendiendo, y que a veces duele, pero que la mayor parte del tiempo me sirve. Me recuerda lo que ya sé: solo tu amor pudo calar hondo. El resto acarició, raspó, arañó apenas la superficie.  El resto nunca fue nada excepto resto. E

Mi amor propio

Y si te querés ir, hacelo, de hecho quiero que te vayas, y sé que te rogué que te quedaras el martes pasado en tu departamento, pero no importa, porque hoy ya es jueves, y yo me conozco: hasta los presos después de un tiempo creen que prefieren el encierro, pero solo es comodidad. No me creas cuando te dije que quería que funcionemos, porque si fuera cierto, lo estaría intentando hacer funcionar. No mentí cuando te dije que te quería. Los quise a todos, por poco tiempo, de distintas formas, con tintes y matices diferentes, pero no fui sincera si te dije que eras diferente o que ''esta vez era especial''. No soy nueva en esto, ya me sé el final de memoria. No me voy a ir, pero voy a desinteresarme tanto que no vas a sentirme la misma, y después me voy a extrañar como la que soy sin nadie: la que soy de verdad.  El amor para mí es un juego  la mayoría de las veces. Y no me enorgullece decirlo, pero ¿a quién quiero engañar? La inocencia que finjo es ficción, y si te q

Tu turno

Siento como si estuvieramos caminando en una cuerda floja y, esta vez, solo de tus acciones dependiera que lleguemos a la orilla o nos caigamos. Siento que, por mucho que quisiera que nos ayudes a llegar a la orilla, ya sabés que no tengo miedo de caerme si las cosas no cambian o si es necesario volver a alejarme de vos.  Siento que no doy dos oportunidades, y que te di dos. No existe una tercera. Ahora es tu turno. 

Tu intención

Yo no te voy a hablar nunca más si es que te lo preguntás, y si te preguntás si espero que me hables: lo espero. Pero no porque quiera contestarte, que no se maliterprete. Quiero saber que cuando me decías que te importaba, hablabas aunque sea un poco en serio. Y que cuando me dijiste que ibas a respetar mi decisión al 100% y no intentar cambiarla, después de destruirme y de esperar que yo me fuera, estabas haciendo lo que hiciste siempre: que es mentir. Me daría mucha rabia que justo después de mi adiós y del final, hayas decidido, por fin pero a destiempo, empezar a ser honesto. Te odiaría un poco si tu sinceridad tardía llegara justo cuando yo quiero que me mientas, porque entonces tu intención no era ser mentiroso, (que es válido), sino siempre llevarle la contra a mis ganas para decepcionarme, (que es sumamente cruel).

Volvamos al principio

Contame cómo te hiciste esa cicatriz que tenés en la pera, aunque ya me lo hayas dicho. Y contame sobre la de la espalda. Porque sobre esa todavía, no sé. Reíte y achiná los ojos en la parte que más risa te causa del día en el que te atragantaste mientras exponías un oral. Quiero escuchar tus anécdotas de principio a final, y asegurarme de que no pienses, ni por un segundo, que tenés que abreviarlas para no aburrir. No conmigo. Ya me dijiste cómo falleció tu abuelo. Pero ahora quiero saber cuándo nació. En qué pueblo de Italia. Por qué fue que decidió venirse a Argentina. Me muero por saberte con más detalles, porque los detalles importan. Quiero mirarte a los ojos mientras hablás de tu equipo de fútbol o de tu pasión por el básquet. No sé nada de fútbol ni de básquet, pero ¿qué más lindo que verte la ilusión en la mirada cuando pensás en tu pasión?  Soltame tus secretos. Uno a la vez. Exteriorizá tus miedos, todos. Yo les voy a tener paciencia. Uno a la vez. Quiero contarte del c

Lo que soñé

D iscutimos, y al final nunca te conté lo que soñé. Nos soñé mirando una película, como la última vez que nos vimos. No pasaba nada, nada de nada. Solo mirábamos una película. Estabas vos. Hasta estaba tu perro. Tenías tu mano en mi pierna. Y eso era todo.  Había algo más: yo me sentía contenta. Y pensé, en el sueño, lo mismo que pensé esa tarde en tu sillón, aunque nunca te lo dije: "me gusta tenerlo al lado, incluso así, en silencio". Pero ahora ya no puedo contarte el sueño. Entonces lo escribo. Por si lo lees.  Por si te quedaste con ganas de saber qué soñé, aunque ahora de esa escena nos haya quedado solo el silencio. 

Todo y nada a la vez

Terminamos y al otro día no me viste las historias. Te importó todo tan poco, que no tenés ganas de verme las historias. ¿O te importó todo tanto, que pactaste con vos mismo no verme las historias?, ¿tanto que cuando entrás a esta red social, esquivás mi círculo?, ¿luchás contra el impulso de presionar?, ¿estás haciendo una especie de piquete, para transmitir un mensaje? Eso es lo que tiene esta era tan digitalizada: todo puede significar todo. Y nada significa nada. Las dos cosas al mismo tiempo. Y ninguna a la vez. Tal vez nuestro error haya sido intentar comunicarnos sin contacto visual. Quizás todo lo que se arruinó virtualmente, lo hubiera solucionado un café. Creo que ya es tarde para tomarlo.

Por fin despierte

Algún día te voy a mirar a los ojos y te voy a confesar: me rompiste el corazón. Y vos me vas a devolver la mirada, vas a suspirar, y me vas a decir: no me importó antes, cuando (no) estaba, menos ahora, que solamente estoy porque me estás soñando.  Quizás entonces, por fin despierte.

Competencia de egos

Andate, dejame ir, o vayamonos. Me es indiferente. Esto por mi parte, dejó de ser una competencia de egos. Ya no me interesa quién de los dos pone el punto final: a esta altura dolés tanto, que solo me interesa que el punto final sea puesto.‬ ¿No ves que me estás lastimando cada vez que te doy la mano para despedirme, y me la sujetás con fuerza?

Para ser Irreal

"Es muy bueno para ser real" pensé cuando te conocí. Lo pensé, lo escribí, y hasta se lo dije a mis amigas. Y ahora me acuerdo y me rio. Pienso que lo peor de pronunciar esa frase es que ocurra lo ocurrido. Descubrir que tenía razón: ni era(s) tan bueno, ni era(s) real. Ya no sé si quiero algo que me parezca muy bueno para ser real. La próxima quiero sentir que es demasiado bueno como para ser irreal. ¿Se entiende? La próxima vez quiero algo en lo que yo pueda creer, porque siempre fui muy buena desconfiando. Siempre que desconfío termino teniendo razón.  Cuando algo se presenta de pronto como demasiado bueno para ser real no es nada bueno, ni es de verdad. 

Ego herido

Solo me queda la inútil tranquilidad de saber que no volvés porque de tu lado, después de mi adiós, hay un ego herido, y que de mi lado después de mi adiós, hay miedo. Yo no vuelvo para que no me lastimes, y vos no volvés porque lo que más te lastimó, al final de todo, es que yo sea la que puso el punto final en una historia que vos llenaste de puntos suspensivos, tachaduras y roturas. Y que podría haber sido linda, valiosa, o al menos larga, pero que fue desastrosa porque la escribiste con la mano izquierda, y sos diestro, y yo jamás pude comprenderte ni salvarnos. Me gustaría que te estés muriendo de ganas de hablarme y que no lo hagas por narcisista, porque no te gusta que la gente se despierte, porque para vos yo estaba obnubilada. Y ahora me muero porque me mandes un mensaje, y me alegra saber que tu orgullo te impide tocar enviar. Me divierte un poco haber sido la que se fue, y que al menos, después de todo, me quedé esa gran satisfacción: yo, que era la única que estaba,

Nuestra última conversación

Nuestra última conversación. Todavía la recuerdo. Pero ya no estoy segura de si realmente sucedió por mensaje, o si fue en la calle. La recuerdo, sí, pero en la calle. Te dije que era lindo saber que estabas bien, que yo también, que mi gato estaba enorme y mi sobrina cada vez más inteligente. Y me despedí, no sin antes decirte que si necesitabas algo, lo que fuera, me podías hablar. Aguardé tu respuesta. Uno, dos, seis segundos.  Seis segundos en los que deseé que me dijeras te extraño, esperá, o quedate. Cualquier cosa que me demostrara que querías que me detuviera. —Que sigas bien. Y me di vuelta. Empecé a caminar. Tres, cuatro, seis pasos. Mi corazón latía más rápido de costumbre, mis piernas temblaban. Mi deseo era simple: que me sostuvieras fuerte de la manga de mi buzo. Que me forzaras a parar. O que, al menos, me gritaras algo. Cualquier cosa que me hiciera dar vuelta. Algo es mejor que nada. Quizás fue charlado por mensaje. Ahora que pienso bien, estoy segura de que

Seguí

A veces me pellizco un brazo, solo para asegurarme de que es real. De que no estoy soñando. Soñé, una vez, dos veces, muchas veces con este momento. Pero ahora es real. Pareciera un juego de palabras: si ahora no es un sueño, es gracias a que lo soñé. ¿No surge todo de una idea, de un mero deseo? Deseé. Estoy segura. Le pedí que esto sucediera a las pestañas caídas, a los tréboles de cuatro hojas, y a las velas encima de mis tortas de cumpleaños. Me imaginé que sucedía, varias veces. ¿Las cosas que no se imaginaron pueden materializarse? Creo que no. Entonces imagino. Hice cosas para que dejara de ser un mero deseo. También estoy segura. ¿Cuántas veces pensé en dejarlo atrás? Llevé la cuenta en algún momento. Pero después se convirtieron en incontables. ¿Cuántas veces renuncié por un par de horas? Una vez, lo recuerdo, renuncié por un mes.  Después volví a intentar. Lloré. De esto jamás llevé la cuenta. Me amargué, me desanimé, y me convencí de que era en vano. No estaba avanzan

Te busco a vos

Y yo, que sigo fracasando en el afan de encontrar lo que tuvimos en otra gente, quizás deba admitirlo: el problema no es no encontrarlo. Algo evidente. El problema es seguirlo buscando. Algo peligroso.  Y a mí, que me lo dijeron y no escuché, ahora se me hace necesario admitirlo: todas esas frases son verdad. Cuando te vas de donde te quieren bien, te vas liviano. El problema llega años más tarde cuando, casi de manera inconsciente, seguís tratando de conseguir lo que alguna vez dejaste ir. Esta imagen mía es patética, y sin embargo la tengo que aceptar. Ya pasaron tres años y, todavía, pienso en lo que tuvimos, que debe ser parecido a lo que ahora tenés con ella. Mis amigas dicen que ella es parecida a mí. ¿Fue intencional? Quizás ya sea hora de dejar de buscar lo que tuvimos en otra gente, o de por fin encontrarlo en alguien más. Lo que suceda primero. Me inclino por la segunda opción, pero sé que la más sana, no es esa. Es que ya no estoy segura de buscar solamente lo que tuv

Ya no te creo

Podrías pensar que lo peor que tengo para decirte es ''ya no te quiero'', y aún así no lo diría, porque no es verdad. Todavía te quiero. Lo peor que puedo decirte es ''ya no te creo''. Y ya no te creo. Aunque no te haya dejado de querer. Ya no te creo.  Ya no creo que la persona a la que quiero tanto siquiera exista. Ya no te creo cuando me decís que todavía me querés. 

Tu ausencia y yo

Tal vez negarse a menorpreciar la vida se parezca mucho a no sentarse en una habitación vacía a esperar un mensaje que jamás llega, de una persona que no vuelve, en una pantalla que no se ilumina. Puede que jamás haya conocido una imagen más patética de mí como cada noche que te permito, sin que siquiera te enteres, volverme a decepcionar.  Supongo que ahora mismo me doy pena porque la soledad debe parecerse mucho a esto. Observar fijamente un celular aguardando un nombre que no necesito, en una notificación que no aparece, para así sentirme al menos algo especial. Yéndome a dormir todas las noches, con esa ausencia en el medio del pecho. Con la ausencia de nada. Con la ausencia de tu ausencia. Con la ausencia de la ausencia que representaba tu presencia. Porque, al fin y al cabo, cuando iluminabas mi pantalla, cuando te veía, te tocaba, y podía comprobar que eras real: tampoco te sentía presente. Tal vez mi pantalla no debería iluminarse. Quizás la tristeza absoluta sea espe

a todos mis ex

Nuestras diferencias son matemáticas. Yo no puedo darte la nada que estás buscando, y vos no podés cubrir siquiera un porcentaje de todo lo que estoy esperando encontrar. Sin embargo nos deseamos, ¿no? Yo espero que vuelvas a ser el que me inventé, o el que me hiciste creer. Y mi problema siempre es el mismo: mi imaginación es tan maravillosa que creo que veo colores. No puedo culparte de ser monocromático ni de ser daltónico. No puedo reprocharte no haber visto mis colores, ni tampoco reclamarte que no entendés lo que siento. A veces, yo tampoco.  Debería sentar a todos mis casi ex y a mis futuros casi ex en un sillón, o en varios sillones, en una habitación de algún departamento o en un hotel de cien o doscientas habitaciones, y decirles: ''al haber salido conmigo lo aceptaron implicitamente, voy a escribir de ustedes para siempre y nunca, todo a la vez. No escribo sobre alguien. Escribo historias. A veces van a encontrar destellos de ustedes mismos en alguna que otra part

03.03

La característica en común de los desiertos es su escasez de lluvias. Me invade un recuerdo. Son las siete y cincuenta de la tarde de un tres de marzo de dos mil dieciocho, en Río de Janeiro. Las gotas de lluvia heladas recorriendo mi cuerpo friolento, por debajo de mi buzo blanco, y tus manos rodeando mi cintura, tocando mi piel. Calientes. Me había aguantado las ganas de llorar por la despedida durante todo el viaje hacia el puerto, en el auto de tu amigo, porque estaba llorando de nervios. La tormenta había inundado tanto las calles que estabamos empapados, y el congestionamiento del tráfico nos hacía sentir que no lo lograríamos a tiempo. Hasta que llegamos diez minutos antes del horario límite. Mi crucero, a metros nuestro, aguardaba por mí. Entonces, de pronto, como una catarata... —No llores, por favor, nos vamos a volver a ver, ¿sabías eso? Mirame —y tus manos abandonaron mi cintura para pasar a sostener mi rostro. Mi vista estaba posada en el suelo, hasta que me forzaste a