Tu ausencia y yo

Tal vez negarse a menorpreciar la vida se parezca mucho a no sentarse en una habitación vacía a esperar un mensaje que jamás llega, de una persona que no vuelve, en una pantalla que no se ilumina.
Puede que jamás haya conocido una imagen más patética de mí como cada noche que te permito, sin que siquiera te enteres, volverme a decepcionar. 
Supongo que ahora mismo me doy pena porque la soledad debe parecerse mucho a esto. Observar fijamente un celular aguardando un nombre que no necesito, en una notificación que no aparece, para así sentirme al menos algo especial. Yéndome a dormir todas las noches, con esa ausencia en el medio del pecho. Con la ausencia de nada. Con la ausencia de tu ausencia. Con la ausencia de la ausencia que representaba tu presencia. Porque, al fin y al cabo, cuando iluminabas mi pantalla, cuando te veía, te tocaba, y podía comprobar que eras real: tampoco te sentía presente.
Tal vez mi pantalla no debería iluminarse. Quizás la tristeza absoluta sea esperar que vuelvas a cubrir el espacio vacío que solías llenar solo de aire. Como si aquello fuera mejor que esto. Como si quisiera que me demuestres que yo, que estuve presente, si importé. Porque yo estuve presente.
Todavía lo estoy.
Y ahora me encuentro frente a una pantalla esperando que me digas que mi presencia no fue en vano. Pero vos no decís nada, porque no estuviste antes, y no estás ahora. Y yo deseo que me hables, porque nuestra relación siempre fue esto: una habitación vacía. Una sola persona dentro, y tu ausencia. Tu ausencia y yo. Incluso cuando dormías pegado a mi cuerpo.

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