La perfección inalcanzable

A veces me miro al espejo, y me dedico a pensar. ¿No estoy harta ya? ¿No es agotador, después de todo este tiempo? Desde chica me enseñaron a medir mi valor a través de una balanza que no funciona. Una que siempre remarca que me falta o me sobra algo para poder quererme. Y nunca me puedo sentir cómoda con lo que soy.

Pero nadie jamás me avisó que la podía cambiar.
Tengo creencias erróneas y firmes. Pensamientos que se instalaron en mi mente e hicieron de mi cuerpo su hogar. Vivo perfeccionándome, poniéndome metas ridículas a distancia. Creyendo que voy a ser feliz cuando mejore mi cuerpo, mis facciones, cuando camine más erguida, cuando sea más exitosa, inteligente, graciosa, cuando pierda en salud lo que gane en belleza, o cuando sea lo que todos quieren que yo sea. Y la lista de ''defectos'' a modificar sigue y sigue aumentando. Cada vez se vuelve más minuciosa. Aprendí a mirarme con lupa, y desde este ángulo, con este zoom, te lo juro, cada detalle se vuelve defecto. Te sorprenderían las tonterías que me acomplejan. A veces, a mi también me sorprenden.
Me lo enseñaron desde chica. El autoestima es un premio inalcanzable que, si te acercás, se aleja. Un premio que yo no puedo ganar, por mucho que trabaje. Por más que haga horas extras. Entonces aprendí a aceptarlo. A estar bien con la idea de sentirme todo el tiempo mal.
Pero nadie jamás me avisó que me puedo cansar. Que es válido. Que estoy en todo mi derecho. Que cuando el autoestima no es sinónimo de perfección, se vuelve alcanzable. Nadie jamás me avisó que se podía vivir de otra manera.
Y a veces, cuando todos duermen, cuando la presión que siento todo el día sobre mis hombros baja su tono de voz, me miro al espejo, y me dedico a pensar. No quiero ser perfecta. La perfección es un destino al que me dirigí toda mi vida. El camino a la perfección está lleno de sufrimiento. Y la felicidad que te prometen que existe una vez que llegás, lo hace. Por un rato. Después la perfección se vuelve a alejar. 
Ya quise serlo por todos estos años. Ya arruiné cosas potencialmente buenas por creer que no las merecía. Por pensar que no era posible que me estuvieran sucediendo. Ya acumulé tanto odio hacia cada parte de mi cuerpo, que mi piel merece mis disculpas. Ya no me quiero tener que pedir perdón nunca más.
No quiero. Aunque mañana me levante y siga haciendo lo imposible para conseguirlo. Aunque me siga criticando de forma severa. Aunque la nena que fui, y que existe dentro mío, crea que ese es el precio a pagar para ser querida. No lo es. 
No quiero ser perfecta. Tampoco feliz. La felicidad es un lugar al que se llega de vez en cuando, y está bien así. La felicidad va y viene y nunca debería ser una meta fija, marcada.
Quiero sentirme bien. Conmigo, en mí, por mí. Mi lugar preferido en el mundo soy yo cuando estoy bien.
Quiero estar de mi lado. No recuerdo muchas veces en las que haya logrado estar de mi lado, pero cuando lo hice: esos momentos fueron perfectos.

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