Una tragedia anunciada

Mis zapatos eran de color mostaza suave, y el sonido que se producía al pisar la inmensurable cantidad de hojas que teñían el suelo de beige era el de un dulce crujido, ese que te dice que estás en otoño, pero para nosotros era verano. Te miré a los ojos cuando nos recostamos en el pasto, sobre una manta roja que había encontrado en el fondo de la casa de mis papás, porque sabía que aunque a vos no te iba a molestar sentarte sobre el césped, yo tenía puesto mi nuevo vestido negro que no quería ensuciar. Sospeché antes de elegirlo que iba a tener frío, pero también supe que te iba a gustar como me quedaba, y ese día quería estar linda para vos, porque todo era reciente.
Pero en fin, me fui por las ramas, eso es algo de lo que te quejabas mucho, no en ese entonces sino después, cuando ya nada era tan fresco, cuando ya no éramos verano, cuando las discusiones me hacían llorar e intentaba descifrar constantemente cuál había sido el momento exacto en el que algo había cambiado, y que era ese ''algo'' que lo había arruinado todo... Así que voy a retomar a partir de lo importante: Te miré a los ojos. Y recuerdo perfectamente lo que sentí, lo recuerdo de manera tan nítida que ahora mismo la piel se me eriza de tan sólo pensarlo: Eras vos. ¿Alguna vez lo experimentaste con alguien? ¿En ese entonces, lo sentiste conmigo? Es que los seres humanos somos intrínsecamente complejos, y no solemos estar 100% conformes en ningún lado. A veces siquiera nos comprendemos a nosotros mismos, entonces el resto no nos encaja a medida. Pero ese día sentada en mi manta roja, mientras hablábamos y arrancaba con mis manos el cesped que se encontraba todavía un poco húmedo por la llovizna de la noche anterior, con mi nuevo vestido negro que ahora me entristece usar, y mis zapatos color mostaza suave que eventualmente me aburrirían, con mis piernas encima de las tuyas, mientras me acariciabas el tatuaje que tengo en el brazo derecho y me preguntabas de forma reiterada si tenía frío, (sospechando por dentro que si te hubieras llevado la campera adidas gris que usabas de forma continua y que con el tiempo me empezarías a prestar para dormir cuando me quedaba en tu casa, y que me encantaba porque tenía tu perfume, me la hubieras dado)... Ese día, cuando todo era nuevo, y cuando para nosotros era verano en el medio de un otoño gris, me sentí 100% conforme, o quizás más, y recuerdo haber creído indefectiblemente, que eso era la felicidad. Y no te conocía tanto, pero no creía tener que hacerlo, porque ese día estaba completamente segura de que si estaba buscando algo, por fin lo había encontrado.
Podría seguir, los sabores, las texturas, los colores, podría escribir sobre cada salida y cada momento con lujo de detalles, e inclusive redactar como el verano -el nuestro- se fue transformando en invierno, porque ahora lo sé, y sobre como las cosas se oxidaron de a poco, con cada detalle que ibamos olvidando, con cada problema que dejábamos acumular, hasta aburrirnos, como si todo lo que habíamos construído fuera como ese par de zapatos mostaza reemplazable, y nada más. Es que siempre queda la incertidumbre a la distancia, ¿Podríamos haber luchado para salvarnos? Sé que las cosas fueron cambiando y envejeciendo gradualmente, a paso lento, ahora estoy segura. Pero el final siempre se siente brusco, y repentino, e inexplicable, al menos en ese momento. Y justo cuando llega ese final avasallante que te desarma, volvés la vista atrás para comprender, y entendés que no fue brusco, ni repentino, ni inexplicable: Fue una tragedia anunciada. Entonces pensás con remordimiento, en silencio, pero deseando poder preguntarselo al otro, ''¿Hace cuántos errores atrás nos fuimos dejando morir, como para ahora sorprendernos?''
Sol iannaci

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