PARTE 2: El anillo

En fin, volvamos un poco más atrás de nuevo. Ahí estaba yo, ahí estuve toda mi vida. Como mis pensamientos me parecían demasiado para la gente que tenía cerca, como los había aprendido a volcar simplemente en escritos que podía guardar en ese cajón, junto a todo lo que me hace ser quién soy, me reservé el lugar de espectador. Aprendí a vivir la mayoría de mi vida dentro de mi mente, decoré el salón y hasta me comencé a entretener sóla. Observaba a los demás desde fuera, los miraba mientras hablaban, captaba cada detalle que para otros pasaba desapercibido. Me daba cuenta en una reunión de quién la estaba pasando bien, a quién le molestaba un comentario ajeno, quien en algún momento se sentía incómodo. Y cada vez me era más fácil, leía a todas las personas como si fueran un libro. Es que me acostumbré a ser quien siempre mira y escucha, y pocas veces habla o interviene. No es que hacerlo me de miedo, es que soy de los que creo que cuando no hay nada que decir, es mejor no decir nada. Nunca me sentí cómoda destacando, nunca quise llamar la atención. Me gusta el lugar de espectadora, porque es increíble lo fácil de entender que es el ser humano si realmente le prestás atención. El tono de su voz, la forma de mover las manos al hablar, si mantiene fija la mirada o revolea los ojos, todo, absolutamente todo, te habla de lo que siente. Lo que pasa es que la mayoría de la gente no escucha para entender. Escuchan para responder. Y ahí es donde nadie termina de conocer a nadie. Pero desde mi lado, era mucho más simple. Siempre entendí que somos seres complejos que van dejando pistas constantes de lo que son. Basta con mirar al otro en vez de simplemente verlo.
Lo que empezó como un simple juego, un lugar confortable desde el cual ahorrarme la necesidad de intervenir, terminó haciendo de mí una persona con demasiada empatía. Es que cuando notas todo, notas también las partes oscuras, esas que el otro quiso photoshopearse poniendo su mejor sonrisa. Pero no hace falta ser un genio de la fotografía para darse cuenta cuando algo no encaja, cuando los ojos te están diciendo que la mujer o el hombre que tenés enfrente está destruido, que no se siente cómodo en su propia piel y que fue a ese evento a regañadientes, pero no quiere estar ahí, que la vida le está pesando y que quisiera estar solo. Se ve. Se siente la lluvia aunque el sol irradie. El que no lo ve, no tiene ganas de verlo. Y, la puta madre, que fácil es no tener ganas. Y que fácil es engañar a todo el mundo con una sonrisa.
Nunca lo voy a entender, por mucho que lo intente. Nunca voy a entender como es que a nadie le importa nadie, como es que nadie se fija verdaderamente en la persona que está al lado suyo como para notar que está cubriendo el mundo con sus manos. Pero no lo hacen, en serio, no lo hacen, y es una idea que analicé mucho tiempo porque no podía comprenderlo, pero es así: La gente se fija en los anillos que tenés en el dedo, y en lo brillantes que son. La gente no mira hacia atrás, hacia lo que estás ocultando. Poné una sonrisa y listo, el 99% de las personas te van a comprar la felicidad de papel que te inventaste porque son fáciles de engañar, o porque no les importa una mierda el resto, que es lo que más me asusta pensar. Prefieren comprar espejitos de colores antes de hacer algo por otro ser humano, que quizás, tal vez, de repente, ya no quiere cargar con ese mundo sólo. Ya no puede. Porque, por mucho que me cueste aceptarlo por como soy yo, sé que a la mayoría no le interesa un carajo salvar a nadie. Y así estamos, cada persona piensa en sí misma. Poné una sonrisa, y te lo aseguro, si te desangrás a lágrimas por los ojos no importa, porque no les importás. Y, lo que todavía es peor, la mayoría es parte del problema. Te dicen te llamo y no lo hacen, te dicen nos vemos y desaparecen, y si no pueden cumplir esas promesas insignificantes mirá si van a afrontar un ''voy a estar'', mirá si van a hacer realidad un ''nunca te voy a lastimar''. No. Te pisan y se van sin mirar atrás. Y no sé, será que no puedo comprender como es que dejar a otro en el piso gracias a la suela de tu zapato no te quita el sueño.
Así que no me bastó ser de bajo autoestima y deprimirme constantemente por mí misma, también consumía toda la ira, el dolor, la decepción o humillación de los demás. Para que tengan una idea algo tan simple como ver un programa en la televisión me parecía toda una tortura. No podía poner, no sé, showmatch, porque no toleraba ver que Tinelli le sacaba el micrófono o le decía a quién fuera que estuviera hablando que ya no había más tiempo, que había más participantes, y blábla. No podía ver como en los programas de debates y de política nadie escuchaba a nadie ni dejaba que nadie terminara de expresarse, y tan sólo esperaban a que el otro pare un segundo para tomar aire para atacarlo en la yugular, a los gritos, totalmente desconsiderados. No soportaba sentir en mi piel la incomodidad que estaban sintiendo esas personas en ese momento por haber sido interrumpidos. Si, así soy, no sé como es que todavía, después de años de tragarme lo que siente todo el mundo y de saber que siempre va a ser así, no morí de tristeza.
Pero, qué se yo, creo que tengo que acostumbrarme. Creo que podemos hacernos los idiotas y mirar para los costados durante mucho tiempo, pero una vez que miramos ese mundo que el otro busca esconder con una mano llena de anillos que te distraen, cuando al fin vemos las grietas en los ''estoy bien'', y los ojos tristes que acompañan cada sonrisa brillante, creo (o quiero creer) que jamás vamos a mirar de nuevo para otro lado en paz, que ya no es posible. Es como encontrar una mancha que nunca antes habías visto en tu pared. Después es todo lo que ves. Después no podés volver a hacerte el tonto, y hasta querés limpiarla, y hasta te jurás que nunca más vas a pasar cerca de ninguna pared del universo con algo que ensucie. Y cuando siento que no hay mucha gente como yo, me convenzo de que lo que está bien es estar de este lado, y de que algún día más gente va a estar acá. En la vereda de los que no podemos sentirnos cómodos mirando un anillo de mierda, mientras quién lo luce en su mano se está muriendo de tristeza.

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