Fuego. Cenizas.

"Te quiero creer" me dijiste aquella tarde. "En serio quiero, pero miranos, nos estamos derrumbando", y tenías razón. El invierno nos había llegado en ese marzo que nos encontraba distanciados, fríos, mientras el sol irradiaba cada rincón de tu habitación. Tenías razón, nuestras pieles ya no quemaban y la química que antes había surgido de la nada misma, ya no estaba ahí. No sé cuando la habremos perdido, pero en algún punto de nuestra historia todo se transformó en una costumbre que nos daba miedo abandonar. Porque mirá si éramos nosotros y sólo teníamos que esperar un ratito más, mirá si algún día nos volvíamos a incendiar. 

Pero el fuego ya no quemaba, carajo, éramos sólo chispas. Chispas que de vez en cuando pensábamos que podíamos, quizás, con tiempo, volver a hacer arder. El problema es que ninguno de nosotros estaba realmente al lado del otro, porque si vos esa tarde de marzo que se sintió más fría que el julio más helado que haya existido, hubieras estado ahí, si yo hubiera estado ahí, si hubieran existido reales ganas de volver a revivir el fuego, estoy seguro de que hoy la vida nos encontraría juntos, pegados como solíamos estar. Pero hoy vos debes estar en esa habitación, y yo estoy en la mía a kilometros tuyo, pensando en vos. Y no estoy pensando en levantar el teléfono, no estoy pensando en recuperar lo que por algo se perdió. Sólo pienso en lo complejo que es el ser humano, y en lo rápido que puede marchitarse eso que tenía pinta de poder ser eterno, eso que no nos solía hacer más que bien: Porque miranos ahora. Vos allá, yo acá, y nuestros marzos serán de nuevo radiantes a la distancia.

Porque nos quisimos, de eso estoy seguro. Supimos sacar sol de entre medio de la nieve, supimos hacernos vibrar. Pero después nos hicimos mal, nos hicimos tan mal y tan de pronto, que aunque de verdad te quería, tuve que aceptar que por alguna extraña razón, irme de esa habitación es lo que para siempre nos iba a salvar.

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