Mundos distintos
Camila era de esas personas que te ladran, y si no te ladran te muerden. Siempre con la sinceridad como bandera, un ''Viví el momento'' tatuado en las costillas, y un paquete de puchos en el bolsillo del jean roto que le encantaba usar. Camila era impulsiva, un poco loca para algunos, demasiado intensa para otros, aunque a veces, entre nosotros, se daba cuenta que la mayor parte del tiempo contestaba mal. Quería cambiar el mundo, estudiaba derecho, quería dejar huella, hacerse su camino. Creía poco en el amor y mucho en el sexo casual. No necesitaba de un hombre cerca, se tenía a ella misma, a la literatura, a las pastillas del abuelo, los recitales, las birras en el bar. Se dormía a la madrugada, se despertaba tempranito para ir a laburar, se tomaba unos mates y salía corriendo para llegar tarde, como siempre. A la noche le encantaba disfrutar de unas copas de vino escuchando rock. Como ya les conté, se tenía a sí misma. ¿Qué más podía necesitar?
Ahí es cuando en esta historia entra Sebastián. Un chico bien de un barrio bien. Recoleta, buena educación, buena familia, ya saben cómo sigue todo esto. Pero Sebastian razonaba y después vivía, su manera de hablar era dulce como la de un profesor en sus primeros años en la profesión, la vida la vivía en base a una planilla de costos y beneficios,trabajaba en oficina, tenía los mejores y más caros trajes, discos de vinilo de los beatles acumulando polvo en su habitación, metas bien definidas, la amabilidad primero, y la sinceridad después, gimnasio, nutrición, nada de cigarrillo, pocas veces alcohol. Un amante de los números, de la economía, de la precisión. Siempre era el primero en llegar a cualquier lugar, la puntualidad era su mejor amiga, no quería desencajar. Le gustaba la vida tranquila, la música pop, dormirse temprano, despertarse antes de que suene el despertador. Amante de la literatura, -siempre algo nos hace coincidir con el mundo del otro-. Se tenía a sí mismo, ¿Que más podía necesitar?
Y no fue fácil asumirse totalmente enamorados del otro, no fue fácil asumir que encajaban desencajando, que eran el complemento perfecto que necesitaban encontrar. A veces Sebas pensaba por Camila: Camila no pensaba, ella hacía, iba al frente y coleccionaba por todos lados cicatrices y heridas. ¿Quién diría que llegaría un hombre con el que jamás pelearía? Cuando ella gritaba él susurraba, cuando ella estallaba él la bajaba a tierra, la calmaba. Ella por su parte, le sacaba las más sinceras sonrisas. Le abrió la puerta a un mundo distinto, le mostró cómo vivían los que no planeaban tanto, y todo lo sentían. Las cosas más locas, peligrosas, las salidas más inesperadas, las tuvo con Camila. Él quería ir a comer al restaurante más caro de toda Capital Federal, él quería la cita estable, la relación normal, pero se despertaba en un hotelucho barato al lado de la mujer más linda del planeta, botellas en el suelo, dolor de cabeza, todo parecía mejor que un muy buen sueño. La observaba dormir, miraba con atención cada curva de su cuerpo, contaba sus lunares, veía la ropa interior negra que se había puesto para la ocasión. Lo volvía loco, no había dudas de eso. Ella le sacó las estructuras, lo hizo disfrutar de lo mucho que disfrutan los que viven en base a impulsos. El le frenó muchas veces el carro, la hizo sanar, porque los racionales se ahorran bastantes caídas. Estaban muertos el uno por el otro, y no tenía sentido, y así ellos lo entendían. Todos los miraban porque los que no lo estaban sintiendo no lo comprendían, es que eran de dos mundos distintos, pero ellos no necesitaban ninguna explicación, porque se querían.
Eventualmente Camila volvió a su mundo, y Sebastian al suyo, y su amor adolescente y veinteañero quedó muchas camas y muchas relaciones atrás. Ella se transformó en toda una mujer, creció bastante y reemplazó esos viejos jeans rotos por vestidos elegantes y polleras largas, se recibió, y se amoldó a la vida más tranquila y confortable, aunque en algún lugar de su alma guardaba esa rebeldía que la caracterizó siempre. Pero dejó de querer cambiar el mundo: El mundo, en realidad, fue el que la cambió a ella. Él siguió su vida estructurada y planificada, porque así se sentía bien, pero viajó por todos lados con los sueldos que sus largos días encerrado en una oficina le iban dejando, conoció otras culturas, entendió que había mucho más fuera de la comodidad de su departamento en Recoleta. El destino los hizo coincidir, y después los desencontro por siete años. Pero la magia de ese momento juntos seguía ahí: Ninguno se había atrevido a asesinar completamente los recuerdos.
Sebastián se dió cuenta de todo esto cuando se reencontró siete años más tarde con la mirada de Camila, su Camila, en aquel bar. El tiempo no había pasado para esos ojazos marrones que lo supieron volver loco por unos meses, que habiendo sido fugaces, serían siempre eternos.
Hola Camila, ¿Te acordás de lo que ardíamos? Hagámonos un lugar en este mundo, volvamos a encender el fuego. Esta vez no quiero dejarte pasar.
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