Detrás del resultado

Y si hay algo de lo que me di cuenta, es que la gente siempre ve el resultado. Si tu resultado es, por ejemplo, ganar un trofeo, la gente ve eso. Te ve a vos con el trofeo en la mano, con la sonrisa enorme, con la alegría a flor de piel. La gente no ve la interminable sucesión de intentos previos que desembocaron en frustración, la cantidad de veces en las cuales te preguntaste si renunciar sería mejor, las noches en las que te acostaste llorando y te diste por vencido, hasta la mañana siguiente, en la que casi sin ganas pero con alguna que otra cuota de esperanza guardada en el bolsillo, volviste a empezar. Y le hiciste frente a una vida que te decía que no ibas a lograr sacarle ni una migaja de felicidad y éxito.
La gente no sabe de todos los días en los que te sentiste totalmente perdido, sin saber si el esfuerzo que estabas haciendo te llevaría a algún destino, o si por siempre te encontrarías ahí, varado a mitad de camino, ni tampoco de las tardes en las cuales te pusiste a pensar si de verdad estabas avanzando, o si todo lo que hacías era pedalear una bicicleta fija, que en realidad siempre iba a estar ahí, sujetada al suelo.
Entonces, me doy cuenta que soy parte de esa gente, como todos los demás. Y que cuando ver que el resto sujeta un trofeo dorado mientras yo sigo un poco perdida sin saber si estoy yendo hacia algún lado, me genera ansiedad, tengo que ponerme a pensar en esa interminable sucesión de intentos previos, en el detrás de escena de la vida perfecta que consiguieron, en los años de soledad y de relaciones frustradas detrás de ese gran amor que pareciera eterno, en las madrugadas de estudio y llanto detrás de ese título colgado en su oficina, en los días en los que se sintieron justo como me siento, y en que esa persona, algún día, puedo ser yo.
A veces me miro las manos, las observo, y me pongo a pensar si no serán chicas, si podrán soportar el peso de algún trofeo, o si me falta alguna cuota de inteligencia, de fortaleza o de originalidad para eso. Y me vuelvo a sentir algo triste, y llega una de esas noches en las cuales todo me grita que tengo que renunciar. 
"Yo creo que al final, nunca sé dónde voy, pero sigo un camino'' canta Fabiana Cantilo, y entonces por la mañana siguiente me armo de fortaleza, y vuelvo a intentar. No sé donde voy, si estoy yendo o si llegaré. No sé si seré esa persona que sostiene un trofeo en su mano, o si la vida siempre me va a encontrar varada en este presente con sabor a insuficiente. No sé si estoy caminando o si estoy en esa bicicleta fija que creo que avanza, pero no lo hace. Entonces, pienso que la gente siempre ve el resultado, y que yo también. Y que esa persona que ganó un trofeo y se encuentra frente a todos con la alegría a flor de piel, algún día de su vida, alguno previo a llegar a destino, se debió de haber sentido justo así como yo ahora, se debió de parecer mucho a mí.
Es que mientras caminás por la calle y el destino final no se ve siquiera a lo lejos, sentís un incontrolable temor a estar equivocado, a que fuera para el otro lado, a perderte, a llegar a un callejón sin salida, a que ahí no pertenezcas y todo el esfuerzo sea en vano, o qué se yo. Pero ¿Que vas a hacer? Seguir caminando. Porque si algo sé con certeza, es que si freno ya perdí, y que esa persona que se encuentra sonriendo en frente de todos, con dudas y miedos, siempre habrá decidido seguir. Entonces sigo, porque detrás del resultado, siempre hubo alguna persona igual a mi.
"Algo ocurrirá, tengo la sensación" dice Fabiana seguidito de la frase anterior. Y elijo creer que algo ocurrirá. Y a veces, cuando la vida me encuentra un poco optimista, tengo esa profunda y enorme sensación.

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