Que te vayas
Ojalá pudiera armarme de coraje y decirte que te vayas. Pero nunca aprendí a perder la esperanza al cien por ciento, y jamás supe cómo terminar con lo que está terminando conmigo, sin permitirle que haga su trabajo, y después se vaya primero, así no tengo que hacerlo yo. Es que peco de ingenua, y siempre pienso que si me voy yo quizás es pronto. No puedo cargar con esa enorme responsabilidad a mis espaldas porque si soy honesta lo intenté muchas veces. E inclusive en las situaciones más evidentes, incluso cuando no existía algo más claro que el hecho de que me tenía que ir, me arrepentía de haber sido quién tomó la decisión. Era mejor quedarme a intentarlo hasta las últimas consecuencias. Era mejor volver y esperar a que me dejaran totalmente en claro que no me querían yéndose. Porque mientras el otro está, yo estoy. Y mientras el otro está, yo confío que aún en la peor catástrofe, en el desamor más evidente y el desinterés más frío, las cosas pueden resurgir y volver a mejorar.
Ya no me hacés bien. Ni con migajas que antes me conformaban. Ya ni siquiera fingís preocuparte. Pero no te vas.
Y no sabés lo que me gustaría hacerlo. Estoy parada al lado de la puerta deseando poder salir corriendo. Pero me acostumbré a necesitar que me destruyan, y que se vayan, para poder abrirles la puerta, y después fingir que eso es escapar.
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