Como te tenés que sentir

— Gracias por ayudarme, Abril. ¿Y vos cómo estás? — La escuché preguntar a mi amiga, a lo lejos, desde su nueva habitación. Me acerqué al sonido de su voz esquivando las cajas que habíamos estado bajando del camión durante toda la mañana, haciendo malabares para no romper nada, y asomé la cabeza por la puerta entreabierta. La encontré sentada en el suelo, comenzando a desempacar sus abrigos.
— ...Me siento humillada. — Respondí sin titubear. No tenía que pensar qué decir. Hace varios días, desde lo que pasó entre nosotros, los ''cómo estás'' de la gente se referían específicamente al hecho de que mi corazón estaba en fragmentos, y hace varios días, desde que descubrí exactamente lo que siento, mi respuesta no variaba, era siempre la misma, porque lo que siento no varía. Me acomodé en el piso al lado de ella, y apoyé mi espalda en la pared, preparándome para escuchar lo que escuchaba todas las veces, de cualquier persona, como disco en repetición.
— Está bien. — Respondió Lucía, naturalizándolo con una normalidad que me desacomodó todas las certezas, mientras doblaba con delicadeza las remeras que sacaba de una de las cajas. — Mierda, esto lo voy a tener que planchar otra vez. — Todavía perpleja, la miré sorprendida. No era la respuesta tipo, esa que fabricaban en serie para que todo el mundo utilizara. Después empezó a cantar en voz baja. La interrumpí. 
— ¿Está bien?... — Inquirí con tono sereno, honestamente perpleja. No estaba molesta. Su respuesta por alguna razón me hacía sentir mucho mejor que la otra, la que usaban todos. Solamente quería saber a qué se refería. 
— ¿Eh? Ah, sí, amiga, está bien. ¿Qué esperabas que dijera? — Me miraba intrigada mientras se acomodaba los anteojos.
— Que no tengo que sentirme humillada, pero no porque quería esa respuesta, sino porque es lo que todos me dicen. Que lo que hice es lindo, que querer a alguien es lindo, que él se lo pierde, y... qué se yo. 
— Ah, bueno, ¿Escuchar eso te hace bien? Digo... ¿Estás preparada para creértelo?
— No. — Contesté tajante. — No, no. Ni un poco. Me hace sentir culpable por estar como estoy, como si me retaran... Como si no tuviera ya bastante. 
— Ah, ¿Y te seguís sintiendo igual no? Humillada digo. — Suspiré. 
— Sí. Más todavía. Como si encima todos tuvieran todo claro excepto yo. Después me humilla sentirme humillada. No sé cómo explicarlo. 
— No hace falta. Te entiendo. Amiga, para mí sos muchísimas cosas excepto una persona humillada. El humillado para siempre va a ser él. Pero eso es lo que siento yo, no lo que sentís vos. ¿Qué estés como estás? Eso está muy muy bien, hace lo que puedas y lo que te salga, y no te fuerces a mejorar mágicamente. Eso es fundamental. 
— ¿Por qué? — Entonces dejó de doblar pantalones, y me miró a los ojos por un rato largo, hasta que lo pronunció con dulzura. 
— Porque vas a estar bien, y todo pasa, y algún día alguien te va a querer más y mejor, y bla bla bla, todas esas giladas que la gente te dice constantemente. Pero, amiga, ahora lo importante: Nadie más que vos lo vive tan de cerca, y algún día te vas a cansar sola, pero mientras tanto... Como te sentís es exactamente como hoy en día te tenés que sentir. 
Seguí ayudándola a desempacar en silencio, y me reí por dentro. Esa mañana de alguna manera, ella había logrado ayudarme mucho más a mí.

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