Ya no va a volver a ser

Estoy cenando con mis viejos, pensando en el parcial de mañana, y en vos. Siempre, de alguna manera, no importa cuán ocupada tenga mi mente, encuentro el rinconcito para seguirte pensando. Como una canción de fondo que no deja de sonar. Entonces me acuerdo de un escrito que leí el año pasado, de un pibe que sigo y escribe hermoso. Era precioso y resumía lo que sentía. Lo quiero volver a leer. Busco al chico en las redes, y entro a su blog. Paso de largo los suficientes como para llegar a mayo de dos mil dieciocho. No me acuerdo el mes exacto en el que lo descubrí, pero por ahí andaba. Todavía, aunque no recuerdo siquiera una palabra del relato, lo atesoro en mi corazón. Y mis ganas de releerlo aumentan. No puedo ni siquiera creer que haya pasado un año entero en el que no lo haya vuelto a buscar. 
Mayo dos mil dieciocho. Nada. Hasta que aparece uno que me suena conocido. Puede que sea. Estoy segura de que es. Lo empiezo a leer. Es lindo, pero no para tanto. No es este. El que yo leí me había volado la cabeza. Me había hecho pensar en vos. Me había hecho lagrimear. Y estaba segura de que ese pibe del blog acababa de crear una obra de arte. Este no. Este me había gustado, sí, no tanto. Sigo buscando. No conozco ninguno más. Llego a dos mil diecisiete. Ese tiempo estoy segura de que no pasó. Me desespero y me olvido por un instante del parcial de mañana, de la cena, de mis viejos, y de todo, excepto del escrito. Persisto casi de forma desesperada. Rechazo la verdad que se para enfrente de mis ojos para que la admita.
Entonces me canso, y llego a la lastimosa y horrible conclusión de que el texto que me había fascinado, el que había leído quince veces seguidas, el que, estaba segura, era uno de los mejores, y al que, pensaba cuando lo leí por primera vez, jamás podría superar yo en mi blog, era ese. Ahora era mundano. Ya no era extraordinario. Era común y corriente. Y eso habla más de mi incapacidad de leerlo con el mismo amor, que de la capacidad del pibe del blog para escribir.
El texto es el mismo. Cambió mi manera de mirarlo, o de pensarlo.Yo soy la que lo percibe diferente. Es ese, por más de que quiera mentirme. Y me puse a llorar.
No por el texto. El texto no me movió ni una fibra de mi ser. Pasó tan desapercibido que ya ni lo recuerdo.
Me puse a llorar porque, para qué negarlo, tengo miedo de que me pase lo mismo con vos. Y que todo lo que atesoro tan maravilloso y asombrante, no sea más que un recuerdo de algo que fue mágico. De verdad. Sin idealizarlo ni engrandecerlo.
Pero fue.
Y ya no va a volver a ser.

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