Donde ya no te quieren

No sé si hay algún lugar más asfixiante que donde ya no te quieren. Estás ahí, porque la puerta de salida está cerrada, o porque las señales son confusas, o porque es el otro el que te retiene a modo de ''dale, quedate a sufrir mi indiferencia'', pero el oxigeno falta. Como si todo el amor que proclama tenerte cabría dentro de un ascensor, que se detuvo hace un par de horas, y nadie, excepto esa otra persona, sabe cómo hacerlo funcionar. Entonces pasa el tiempo y estás ahí dentro, al lado de alguien al que no le interesa que a veces el dolor es tanto que preferirías, de corazón, que te grite en la cara que ya no le importás. Para bajarte por fin de ese medio de transporte que no te está llevando a ningún lado, y sólo te arrastra a la locura.
Gritame en la cara que ya no te importo. Ya me cansé de jugar al detective para intentar descubrirlo. Ya no soporto que todas tus acciones me griten que no, mientras vos, cuando te acordás de que sigo al lado tuyo, me susurrás que sí, para desacomodarme las certezas. No me importa agonizar gracias a ese instante de sinceridad absoluta. No sé cuándo ni cómo comencé a necesitar que me lances esa verdad como un cuchillo que me atraviese y me deje sangrando, pero por fin alejarme de vos, para ya no tenerte cerca. Porque mi vida entera depende de que lo digas. Decime que no me querés. Estoy arrodillada suplicándote que lo hagas, porque ya estoy completamente preparada para afrontar esa realidad que me negás constantemente, y se volvió tan evidente como vital.
Es que estoy encerrada en un ascensor detenido, junto a vos, y estoy segura de que ya no me querés. Se te nota en los gestos, en los mensajes sin respuesta por días, en esa forma que tenés de demostrarme que mi presencia da lo mismo. Pero entonces te escucho insinuar que eso es mentira, y te veo darme algún que otro indicio de que me equivoco, diciéndome alguna que otra palabra dulce, y regalándome alguna que otra demostración barata de cariño que no me alcanza para nada, excepto para confundirme. Como cuando acarician un poquito a tu perro por compromiso y a vos te duele, porque sabés que tu perro se merece más afecto, y que la persona que acaba de entrar a tu casa debería salir de inmediato. 
No sé si hay algún lugar más asfixiante que donde ya no te quieren pero te retienen, jurándote que sí. Te dicen que sí, y sin embargo estás absolutamente seguro de que no te están siendo honestos, mientras que el ascensor sigue detenido, y el otro tiene la mano en el botón que podría hacerlo funcionar.
Y sin embargo, la parte más horrible, la parte más desesperante para tu amor propio, es que aunque estás pasando un momento espantoso, no te atreves a decirle que te querés bajar. No te atreves porque tenés terror de que eso realmente sea amor. Y de que nadie más te pueda querer.
Ni siquiera así de poco.
Decime que ya no te importo. Decimelo porque mientras no me lo digas, voy a quedarme a jugar a creerte. Y ya no sé por cuánto tiempo puedo pretender que me divierte este juego al que nos sometiste. Ya no sé cuántas vidas me quedan hasta perder(me). Porque, como sé que vos la estás pasando bien acá adentro, no te quise mencionar que tengo claustrofobia, ni te quise decir que ya no puedo respirar.

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