Tristeza
Hay tristezas que se quedan estancadas, en forma de nudo en la garganta, de dolor de cabeza o mareo. Hay tristezas que no pasan, como un bocado de pésimo gusto, y permanecen, te hacen sentir mal fisicamente, se trasladan a tu cuerpo como queriendo que les des el lugar que realmente tienen, generándote síntomas para que las escuches, buscando que las dejes de evitar y las hables, grites, o escribas. Llegué a pensar hoy, que tal vez los sentimientos se reúnen en una especie de reunión de consorcio y se debaten cómo llamar nuestra atención, para que dejemos de mirar hacia otro costado y para que nos preocupemos por lo que tenemos en el corazón.
Yo no sé qué hago escribiendo sobre mi tristeza, supongo que porque la ignoré mucho tiempo, y eso hizo que cobre importancia, porque nada bueno se deriva de hacerse el distraido con las cosas que suceden por mucho que las neguemos. Yo no sé por qué ahora estoy acá hablando de lo que siento, pero me hago una idea: Creo que hoy lo que siento hizo que me duela la garganta, y la cabeza, y el cuerpo, creo que hoy lo que siento se cansó de que lo empuje y minimice, y ahora ¿Cómo lo ignoro? ¿Cómo sigo diciendo que estoy bien si mi sufrimiento ya no sólo es anímico, sino físico? ¿Cómo sigo en la vorágine de una rutina sin descanso si hoy me duele relacionarme, y estar despierta, y caminar?
Hay tristezas que se quedan estancadas, y yo venía sintiéndome algo triste, algo sóla, algo frágil, como poca cosa, como preocupada, pero lo pateaba para más adelante, porque creía que si dejaba para mañana lo que podía llorar hoy, mañana quizás ya se iba a haber ido. Qué tonta de mi, porque ahora lo entiendo, y desearía no haber tenido que llegar a este nudo casi indesatable, lleno de cosas que no dije, de sentimientos que no sentí, de lágrimas que no lloré. Me siento sóla, y frágil, y poca cosa, pero sobre todo preocupada. Y yo no hablaba ni escribía porque no quería molestar a nadie, porque realmente estaba segura de que yo podía con todo, inclusive conmigo misma. Pero hay tristezas que se quedan estancadas, y ahora que me siento tan débil, comprendo que nada es más peligroso que no escucharse, y nada es más destructivo que no decir que necesitamos ayuda.
O un abrazo. Quizás hoy no me dolería tanto el cuerpo, si mi alma hubiese recibido un abrazo.
Sol iannaci
Sol iannaci
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