Tu tactođź’–

Me despierto y corro las cortinas. El sol está brillando; y pienso que le tengo celos, porque con sus rayos suele acariciar tu piel.
En este momento debés estar desayunando; tus manos deben estar sosteniendo una taza. Sospecho que esa taza tiene la suerte que yo no tengo, y que daría lo que fuera por tu tacto. Pero tu tacto es desconocido para mí.
Como no sĂ© cĂłmo es lo imagino. Y lo imagino suave. Tus manos, en mis sueños, son mucho más suaves que toda la aspereza que me rodea. Imagino a tu piel caliente, como un perfecto contraste a la mĂ­a, que siempre está helada. Porque en mis sueños nos complementamos a la perfecciĂłn.
Seguro ahora apoyás tus labios en la taza. Mi corazĂłn se acelera y la impotencia me inunda. Yo no sĂ© ni nunca voy a saber, a quĂ© saben tus labios. 
En un rato vas a salir para el trabajo, y te vas a cruzar con mucha gente. Y yo, a la distancia infinita que nos separa, solo puedo pensar en lo afortunados que son todos los que te rodean. ¿Sabrá el colectivero que el azar lo acaba de hacer coincidir con el pasajero 157? ¿Que ese pasajero no es simplemente un pasajero más? ¿Sabrá el colectivero, que en alguna parte de la ciudad de Buenos Aires, existe una persona que morirĂ­a por poder estar en su lugar, para tenerte enfrente? Pero yo estoy acá, y vos allá, y el mundo entre nosotros me parece cada vez más inmenso. 
¿Sabrá la gente que está cerca tuyo, que yo harĂ­a lo que fuera, serĂ­a lo que sea, por poderte mirar? Pero nuestras miradas no se encuentran. Se encontraron, un par de veces, y la esperanza de que suceda otra vez no me deja dormir. 
Las pelĂ­culas tienen suerte de que las mires. (A mi me viste, pero nunca me miraste).
Una vez me tocaste.
Una vez sentĂ­ tu tacto.
Fue sin querer. Me estabas contando algo que olvidé, porque me ponía nerviosa estar cerca tuyo. Me pasaste un papel. Lo quise agarrar. Y en ese segundo, por torpeza, por un mal cálculo, nuestros dedos se tocaron.
Nunca celebré tanto un mal cálculo.
TodavĂ­a, cuando lo recuerdo, vuelvo a temblar.
Camino por las calles mirando las baldosas. Sé que estas veredas fueron recorridas por vos. Sé que las habitaste. Pero no les tengo celos, sino compasión. Te deben extrañar, como yo lo hago, y no deben decir nada, porque las baldosas no pueden hablar.
Yo, en cambio, no digo nada, porque sé bien que jamás me elegirías.

Sol Iannaci

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