La belleza (no) duele.

La belleza duele, me dice una amiga. Y yo me río. Me enseñaron de chica que siempre me tengo que reír. 
Ayer pensé en volver a vomitar la comida. También pensé en dejar de comer. También pensé en dejar de existir. No quiero vivir así. Quiero vivir.
Pero no así.
Le explicaría lo que siento cuando me miro en el espejo, pero hace tiempo ya que decidí dejarme de mirar. Le explicaría lo que siento cuando tengo que vestirme para salir, cuando empieza el verano y me humillan mis brazos para usar una musculosa, o cuando por fin decido salir pero habitar mi piel me incomoda. ¿Hace cuánto que no me siento cómoda en mi propia piel?
Pero no le digo nada.
Me acuesto llorando. Me despierto con los parpados inflamados. No recuerdo cómo se sentía ser feliz.
Tal vez nunca lo supe.
No recuerdo un día de mi vida en el que haya podido vivir tranquila.
Quizás no lo tuve.
Pienso en maneras de poder estar bien. Ya las intenté todas. El nudo en la garganta se acrecienta, y no me deja tragar, no me deja hablar, no me deja respirar. No me acuerdo si alguna vez me sentí tan cansada de ser lo que soy, de sentirme como siento, de haberme acostumbrado a convivir siendo mi propio enemigo. 
Siempre me canso, pero nunca cambio.
Lloré toda la noche, pero todavía quedan lágrimas para la mañana siguiente. Desde que tengo memoria que quedan lágrimas. Desde que tengo memoria que reniego de lo que soy.
Probé todo lo que estaba a mi alcance para cambiar mi físico. Pero jamás supe que el problema no estaba en la superficie. 
Todavía no lo sé, para serte sincera.
Tal vez nunca lo sepa.
Estoy en el medio de una fiesta que no es mía, comparándome con la chica que está parada pidiendo un trago. Es preciosa. Ella no soy yo. ¿Cuántas calorías tendrá este vaso de cerveza? No lo sé.
Pero no debería haberlo tomado.
Recién un chico me dijo que soy linda. Una chica me abrazó y me agradeció por escribir. Me dijo que me amaba.
Todos mienten.
No puedo ser quien soy cuando lo que soy me averguenza. Entonces me quedo callada. El resto debe de estar pensando en lo que yo pienso. Los que están a mi alrededor deben de estar contando mis defectos.
Quiero volver a mi casa. Quiero encerrarme en mi cuarto. Quiero dejar de vivir.
Al menos, así.
La belleza duele, escucho que dicen todo el tiempo. Y vos no podés estar mal, me suelen remarcar. Vos no. Porque a vos yo te veo bien. 
Entonces callo. 
Pero los halagos que el resto me dedique no me interesan.
Sólo interesa lo que mi mente me grita que soy.
Me voy a acostar llorando. No tengo con quien hablar sobre esto. Tenía personas. 
Pero ya las harté a todas.
Me ahogo con mi llanto y siento que necesito ayuda.
La estoy por pedir. Entonces pienso en que nadie me puede ayudar.
Nadie excepto yo. Y yo tampoco.
Me despierto con los parpados inflamados, y mi mamá me dice que no puedo seguir así. 
''- ¿Que querés de regalo del día de la madre?
- Quiero que pierdas esta locura que tenés con el peso. -'' Responde. Y yo trago saliva.
Nunca quise lastimar a nadie. Pero eso es lo que hacemos cuando estamos lastimados.
''La belleza duele'', dice mi amiga, mientras se ríe y se paga un par de sesiones de electrodos. Y yo le digo que no. 
Me dejo de reír, y le digo que no.
No, no, no.
La belleza no duele. 
Lo que duele es el estereótipo inalcanzable. 
Lo que duele es que yo no siento que logré absolutamente nada, porque todavía, después de todos estos años, inclusive con varios sueños cumplidos en el bolsillo, terminando una carrera, a punto de publicar un libro, con gente que me quiere, me miro, y siento que no importa nada, nada de nada.
No mientras este asco me siga nublando la vista.
No mientras me siga impediendo vivir.

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