El amor en tiempos de Instagram

Te quiero. Te quiero tanto que quiero que todos sepan sobre nuestro amor. Lo voy a capturar en la mejor foto que pueda tomarle. Nuestras sonrisas van a demostrar que estamos enamorados. Y la foto del desayuno va a significar que pasamos muchas horas juntos. Estoy tan feliz que quiero publicarlo. Porque el resto es espectador, y nosotros somos actores. Ojo, no actores porque nuestro amor sea fingido. Nuestro amor es lo más real que conocí. Actores porque nos están mirando. Están viendo nuestra mejor foto, nuestra sonrisa más sincera, y también nuestro desayuno, que ahora ya no es sólo nuestro. Ahora es de las novecientas noventa y ocho personas que me siguen en instagram, y también nuestro. Somos mil personas que sabemos lo que acabamos de desayunar, y que sabemos que estamos enamorados, y que el mundo para nosotros dos, por ahora, es perfecto.
Pero hoy a la mañana discutimos. Peleamos por una tontería. No importa, porque te sigo amando. ¿Vos me seguis amando? Espero que sí. ¿Sí? ¿Me seguís amando como cuando publicaste la dedicatoria en instagram? Que bueno que sí. Que increíble que ésta discusión no termine con nuestro cariño. Igualmente subí la foto del desayuno, aunque no fue nuestra mejor mañana. Pero en la foto parece que sí. Hasta parece que no peleamos. Total, no estoy mintiendo, porque nos seguimos queriendo, y nada cambió.
Ahora las peleas son frecuentes. Se vuelven diarias. A veces pienso que ya no me querés como antes. Entonces publico imágenes en internet para curar esa percepción. Para que nadie descubra mis miedos. Para que, para los otros novecientos ochenta, nuestro amor se vea intacto. Ahora sí somos actores. Actores, porque ahora sí estamos fingiendo. Y el resto es espectador. Y nosotros le damos lo que quieren ver. Ya no lo hacemos porque nos queremos. Sinceramente, a veces dudo de que ahora me quieras tanto. Ahora lo hacemos porque creemos que lo tenemos que hacer. Porque todos nos querían. O no. Quizás odiaban vernos felices. Pero lo éramos. Y lo vamos a seguir siendo al menos en apariencia. Podemos tomar una buena foto, con una buena luz, y en esa foto podemos capturar la pequeña llama de cariño que sigue encendida, porque algo todavía queda. A ese pequeño rastro de lo que éramos, con un buen filtro, con un buen plano, podemos engrandecerlo, para que, al menos en las redes, luzcamos todavía igual de enamorados. 
Para. No comas nada todavía. Espera que le saco una foto al panqueque así como está. Porque todavía está entero, y así queda lindo. Cuando lo cortes, va a ser otra cosa. Cuando lo comas, el plato vacío ya no va a llamar la atención de nadie. Esperá, no acerques el tenedor, así ven que estamos en un café comiendo panqueques, porque es muy importante que el resto lo sepa. Recordá que somos los actores de nuestra vida. Recordá que las redes sociales nos quitaron el protagónico y ahora tenemos un papel secundario. El protagonista es ese otro al que le tenemos que demostrar que somos felices, lindos, delgados, que salimos a comer panqueques, y que somos amados.
Y cuando las peleas se vuelven guerras, y sepamos que ya no hay más amor, vamos a anunciarlo, como si fuéramos famosos. Vamos a hablar sobre la gran separación. Y vamos a dejar pasar las semanas, y los meses. Y un día vamos a mirar hacia atrás para analizar la relación. Y vamos a descubrir, separados, que no éramos dos. Eran novecientos noventa y ocho. Porque de los mil, nosotros dos ya no estábamos. Estaban los novecientos noventa y ocho que nos siguen.
¿Que nos quisimos? No existe duda de eso. Primero nos quisimos mucho, y yo estaba segura de que quería desayunar toda mi vida con vos. Pero un día decidimos presumirlo. Y entonces aparecieron novecientas noventa y ocho personas en nuestra puerta, y fuimos mil por un ratito. Hasta que nos desplazaron. Entonces si no gritabas y escribías que estabas enamorado yo no lo creía, y si yo no twitteaba todos los días que te quería, a vos te preocupaba que mi cariño ya no estuviera.
Nos vamos a arrepentir de haber publicado la primera foto, de haber subido historias, y compartido dedicatorias. ¿Para qué? ¿Para qué obsesionarse con demostrar que nos quieren? ¿Será porque en el fondo no creemos que merecemos ese amor? Entonces se vuelve otra cosa. Algo que no es lo que era. Ahora es algo más. 
Jamás voy a volver a publicar una foto con nadie. Jamás voy a volver a creer que al amor que siento lo tengo que actuar. Porque, cuando estás actuando tu realidad, en algún momento todo se vuelve forzado. Y cuando estás publicando para presumir felicidad, en algún punto, de alguna manera, estoy completamente segura: La felicidad se vuelve eso. Solamente una presunción. Y en el diccionario una presunción es algo que podría ser cierto, y que tiene algunos dejos de realidad. Pero no es cierto, ni es completamente real: Es presumido.
El amor alto no es más verdadero. Sólo es más alto. Y el problema de gritar, es que el resto te escucha. Y entonces ya no hay ni va a haber dos.  La próxima vez que ame, voy a susurrarlo al oído. Porque si el otro lo escucha, entonces nadie más tiene que escucharlo. Y quizás así dure más. Quizás así, dure lo que dure, se sienta menos frágil. 
La felicidad es delicada de por sí. No la volvamos pública y vulnerable. Porque a las cosas vulnerables hay que cuidarlas más, no exponerlas más. Y porque lo malo de hacer de tu vida y de tu felicidad una obra de teatro, es que una noche te podés dar cuenta de que vos te quedaste sin tickets, porque el resto ocupó todo el salón.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Día de sol

El último cigarrillo

Te quiero