"Todos los caminos conducen a Roma"

"Todos los caminos conducen a Roma", dice el refrán. En la época del imperio Romano se construyeron más de 400 vías. 85.000 kilometros.
Todas desembocaban en Roma.
Te veo a lo lejos, estás por cruzar la calle que nos distancia, y me sonreís. Pero de pronto te quedás quieto.
Entonces me empiezo a acercar yo.
Tu sonrisa se comienza a desfigurar a medida que avanzo. Eso es extraño. Estoy segura de que era cálida. Ya no es una sonrisa. Ahora es una mueca monstruosa, diabolical, demoníaca. Me asusta. Los kilómetros entre nuestros cuerpos se multiplican. Estabas cerca. A pasos. Ahora no.
Mi consciencia me pide que me vaya corriendo en la dirección contraria, todo mi ser me advierte que debería dar la vuelta, que lo debería hacer por mi propia vida, que ya estuve acá una, dos, tres veces, que si avanzo me pierdo, que lo que era ya no es más. Que no estás sonriendo. Que no sos como te recuerdo ni como te atesoro. Que seguir me va a lastimar.
No importa. Porque te quiero abrazar.
Y a veces sos Juan, a veces Pedro, a veces Daniel.
Ya no sé quién sos para serte sincera.
Sólo sé que siempre sucede lo mismo.
Me sigo acercando. Porque al principio me sentí bienvenida. Al principio te acercabas también. Al principio parecía que nos íbamos a encontrar. Al principio era cálido. 
Y cuando por fin llego, ya no estás. En el lugar en el que estabas, un espejo. En el reflejo, yo. Recuerdo que ya pasó esto. Éramos dos y quedé yo. Entonces me siento frente a mi cuerpo reflejado. Y me doy cuenta que estoy desnuda.
"Perdón", pronuncio. Y mi reflejo me copia. 
"Perdón" digo más alto, más fuerte. "Te lo prometo, fue la última vez". Y mi reflejo me imita y se pone a llorar.
Hasta que revolea los ojos y se empieza a reír.
Yo no me estoy riendo. Ni revoleé los ojos. Pero mi rostro reflejado en el espejo sí.
Eso me sorprende, primero. Y después me atemoriza. Nunca antes me había desobedecido. 
Mi rostro en el reflejo se ríe a carcajadas y yo lo observo, preocupada. Y espero que termine para preguntarle que le causó tanta gracia.
Hasta que de pronto se pone serio. Y me mira.
"Ya me pediste perdón muchas veces" me susurra. "Ya te pediste perdón muchas veces", agrega.

Todos los caminos conducen a Roma. 
Al karma continuo de no irme cuando me quedo sola.
Al cinismo constante de pedirme perdón.

Automáticamente el espejo se rompe en fragmentos encima de mi cuerpo desnudo.
Y estando otra vez yo solamente, otra vez solamente me corto yo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Día de sol

El último cigarrillo

Te quiero