Trenes, personas, mundos

Sentada en el tren, como espectadora de la vida de los demás pasajeros, comencé a preguntarme cómo sería la de la mujer sentada frente mío. Tendría unos 55 años, su mano sin alianza me indicaban que estaba soltera, o quizás ya no la usaba, quizás la había dejado de utilizar cuando su matrimonio había envejecido junto con ella y su marido. Tal vez era viuda, tal vez estaba de novia, tal vez tenía 3 hijos, quizás no tenía ninguno. Tal vez estaba angustiada, tal vez estaba sufriendo un dolor muy grande sin que nadie de los que estábamos en ese transporte lo sepamos. Tan cerca y tan lejos estamos de los demás... Tal vez estaba contenta, tal vez era ama de casa, tal vez estaba volviendo de su trabajo, tal vez era su cumpleaños. Las posibilidades seguían apareciendo. De repente me intrigo el hombre que tenía parado a mi izquierda, y volví otra vez a imaginarme mil historias diferentes. ¿Será quien quería ser cuando era más joven? ¿Será feliz? ¿Tendrá quién le quite los miedos? ¿Necesitará un abrazo? 
Me quedé dormida hasta mi estación. Me desperté mareada y confundida, cuanta gente... Cuantas historias de las que jamás voy a saber nada, cuantas cicatrices que no conozco, ni voy a conocer. 
Es verdad que cada persona es un mundo, un laberinto tan complejo que es imposible entenderlo sin perderse antes dentro varias veces. Es verdad que cada persona, cada mundo, es único, y uno solo llega a interactuar con determinada gente, y del resto ignora absolutamente todo. Me perturbó la tranquilidad aquella tarde, porque imaginé cuanta gente en silencio, pedirá ayuda a gritos, y no supe que hacer. La impotencia se apoderó de mí, porque cada persona es un mundo, y cada mundo es único, y uno va por la vida compartiendo trenes con gente de la cual lo desconoce todo. No sé si esa señora quizás necesitaba que alguien la escuche, y yo la hubiera escuchado, juro que lo hubiera hecho, pero no lo pude hacer. 
Solo me queda intentar dar lo mejor de mí, y sonreír a cada persona que se cruce en mi camino, en mi rutina, en mí día a día. Porque un buen trato significa mucho cuando el corazón está dolido.


Cada persona es un mundo, y no quiero arruinar ninguno. Me gustaría poder hacer más por todo el resto, pero hago lo que me dejan. Basta con ser consciente de que uno jamás sabe que sucede en la vida del otro, e intentar subirse a cualquier tren con una mirada cálida, de esas que invitan al resto a sentirse en compañía, aún inmerso en la máxima de las soledades. De esas miradas que te dicen que no todo está perdido, mientras exista gente que te mira y ve un mundo inmenso y complejo, del cual no sabe nada, y el cual no quiere destruir.

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