Nuestro restaurante

Necesito contarte que volví a nuestro restaurante preferido. Necesito decirtelo, por alguna razón que ahora no recuerdo. La supe, la tenía. Pero la olvidé.
Necesito mirarte a los ojos y decirte que todo sigue igual. Al menos ahí. Por lo menos ahí. Aunque no es verdad. Los mozos no son los mismos. Y nuestro plato preferido, el del salmón a la crema, ya no está en la carta. El buzo viejo que usé la última vez que fuimos, que me quedaba grande porque era tuyo, lo di hace mucho tiempo. Pero todo lo demás es igual, y eso es lo que importa. Importa que la esquina es la de siempre, que nuestra mesa sigue existiendo, y que ayer volví, y era todo casi igual. 
Menos la distancia entre nosotros dos.
Necesito tocarte para acordarme de que existís, de que la gente como vos existe. O que me toques, para poder sentir otra vez tu tacto, y así, quizás, si tengo suerte, recordar por al menos un segundo, cómo me sentía cuando me sentía feliz. 
Yo sé que viví en la felicidad, al menos por un par de meses. Me pertenecía. Era tenerte enfrente. Todavía, si hago memoria, puedo traer al presente lo lindo que era saber que me querías. Me querías. A veces lo repito muchas veces en mi mente, y lo separo en silabas, y lo vuelvo a repetir. Me querías y ya no me querés. O tal vez sí, pero no así.
Ya jamás en lo que nos quede de vida vamos a ser lo que era, porque vos decidiste que yo también era un buzo viejo con destino a no volver a usarse jamás. Y yo no puedo entender cómo es que para nosotros no hay más oportunidades, pero no te lo voy a preguntar. 
Necesito citarte en nuestro restaurante preferido, y rogarte que vayas. Pedírtelo a los gritos, o llorando. Hacer un berrinche como si fuera otra vez chica, y decirte que sé que ella te da todo lo que jamás supe darte, o lo que nunca tuve y sin lo que aprendí a vivir, pero que por favor no faltes, porque necesito que estés. Necesito verte denuevo, aunque ya pasó mucho tiempo. Aunque te estoy ocultando que los mozos cambiaron porque me da terror admitirte que te estoy perdiendo de cada lugar que supo ser nuestro, y que ahora todo lo que compartimos es algo diferente, con algunos pocos rasgos de lo que fue. 
Necesito citarte, cortar el teléfono, y sentarme a esperarte. 
Necesito darnos una última oportunidad que vos no pediste, y ver si te presentás. 
Y tal vez, si no lo hicieras, por fin podría dejar de escribirte.
Y tal vez, si lo hicieras, aunque fuera de compromiso, podría hacerte saber que te quiero. Mal, inoportunamente, y a destiempo. Pero que te quiero. Y te pediría que, si alguna vez decidís dejar de hacerme parte de tu olvido, me llames, y me cites otra vez en el mismo lugar. Me gustaría decirte que ahora soy diferente, y que tengo nuevos lunares, nuevas historias para contar.
Me gustaría recordarte que me querías. Me querías. Te lo repetiría varias veces, te lo separaría en sílabas, y me mordería la lengua como cada vez que quiero evitar ponerme a llorar. 
— Me querías — Te susurraría por última vez.  Pero no como a un buzo viejo que tiene una vida útil y después se descarta para siempre. Me querías como se quiere a las personas.
...Me querías de verdad.

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