Mi única venganza.

Que te defrauden es que tu silencio no tenga absolutamente nada para decir, y yo en este momento estoy vacía de palabras. Podría alimentar el fuego que propagaste y declararte la guerra, pero para que la guerra empiece me necesitás a mí, y yo no puedo pensar en lastimarte.
Sólo quiero que todo esto termine. 
Te escucho hablar de mí, y tus provocaciones no hacen más que dejarme más callada. Todavía estoy muda porque no comprendo que sucedió ni cómo fue que justo vos me decepcionaste de esta manera. Me cuesta escribir qué siento cuando mis sentimientos están entumecidos. Como si tu traición los hubiera congelado y ahora ya no me importara hacerte saber lo que me hiciste. De cualquier forma, diga lo que diga, no me vas a creer.
Te estoy viendo atacar y sólo puedo pensar cuándo fue que decidiste que sería tu enemiga. No es el lugar que voy a ocupar, entonces no respondo. Me dejo pegar, no por débil, sino porque sigo sorprendida. ¿Cuándo nos arrastraste al campo de batalla? ¿Cómo es que una relación tan importante puede ser destruida en un instante con tanta crueldad? Como si disfrutaras de verme en el suelo. Pero no es donde me voy a quedar. Ni por quienes ya sabía que me querían ahí, ni tampoco por vos.
Es gracioso que ellos y vos, de pronto y sin advertencia, sean lo mismo.
Que te defrauden es que te toquen donde saben que duele, que te pisen cuando ya te caíste. Pero tengo una gran tranquilidad: todos los que se cayeron, se levantaron. Entonces te dejo hablar, y mentir, y golpear. Porque yo sé que acá abajo no pertenezco. Y porque estoy segura de que pronto se va a notar.
Y cuando todo mi esfuerzo obtenga resultados que ni el más distraído pueda negar, bueno, para ese entonces voy a haber ganado la guerra.
Porque yo no voy a lastimarte, ni voy a hablar de vos, ni a mentir o golpear. Justo ahora estoy ocupada en ganarme la vida que quiero, y para cuando la consiga, esa va a ser mi única venganza.
(Inclusive escribir que verme bien te puede llegar a molestar, todavía duele).

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