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Mostrando entradas de septiembre, 2019

Vivo corriendo

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Vivo corriendo para llegar tarde a todos lados, y siempre me faltan cinco para el peso, o cuatro, o tres. Intento equilibrar todos los aspectos de mi vida, pero me siento como si estuviera tratando de sostener arena con mis manos, que se desliza por entre medio de mis dedos, y algo se cae otra vez.  Cuando acomodo algunas cosas las demás se desarman, y cuando termino con lo último, tengo que volver a empezar con lo primero. Entonces siempre acomodo y nunca descanso, y ya no sé para qué corro, si al final nunca llego. Si el proceso es eterno. Si cuando en algo me saco diez, en lo otro desapruebo. Si ya me cansé de este ciclo infinito de tratar de tocar la perfección, porque la perfección se aleja cuando estoy llegando, y los demás, siempre orgullosos, me dicen que me admiran y qué se yo. ¿Qué es lo que admiran? Si en algún rincón siempre me caigo. Si cuando apruebo veinte parciales me olvido de ser amiga, si cuando soy buena amiga descuido mi cuerpo, si cuando mi cuerpo está como a

TCA

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Mi psiquiatra dice que estoy mejor, y yo le creo, porque nunca me miente. Mi psiquiatra está sentada enfrente mío, con una libreta encima de sus muslos, mirándome con esa cara que me pone siempre que lloro. Una mezcla de compasión con frialdad. No le gusta verme llorar, pero ver gente llorar para ella no es nada nuevo. Entonces me alcanza unos pañuelitos que se sienten como un abrazo, y me dice que estoy mejor. Y por algo lo debe decir. Ya no vomito la comida porque la quiero vomitar. Ya no disfruto la sensación de vacío en mi estómago que me grita que hay un destino, y que estoy llegando. Ya no sonrío en cuanto me toco el cuerpo y puedo palpar huesos que antes no se sentían. Ya no soy feliz cuando me miro al espejo y mis costillas se pueden contar.  Pero mi psiquiatra no puede escuchar mis pensamientos. Y a veces, para no admitir que los tengo, no se los cuento ni siquiera a ella. Porque decirlos sería materializarlos. Y a veces no me los puedo admitir ni siquiera a mí.  Están ah

La última vez que te vi

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Estoy sentada en un café, en una mesa para dos personas, al lado de la ventana. Estoy sola. Estoy haciendo tiempo para ir a la facultad. Mirando hacia la calle. Pensando en la última vez que te vi.  Estoy con mi libreta preferida frente a mis ojos. Estoy haciendo un cuadro sinóptico que resuma esa última vez. Y pienso en esa noche. Intento recordar cada detalle, inclusive los que a cualquier detective le parecerían insignificantes para resolver el crimen. A mí no. Porque esa vez me dijiste que todo estaba en los detalles. Me lo dijiste esa última noche, mientras veíamos How to get away with murder, acostados en tu cama. ¿O estábamos viendo How I met your mother? Esa noche vimos un capítulo de cada una. ¿Cuál era en ese momento? No es lo mismo. Pero por alguna de las dos me dijiste eso. Y a mí se me quedó grabado. Los detalles son importantes. Esa noche tenía un conjunto de encaje negro. Lo anoto. Quizás mi inconsciente lo sabía. Tal vez por eso eligió el color del luto. Pará, ¿Era

Si te querés ir.

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Y si te querés ir, hacelo. Esto ya tendría que haber sucedido hace tiempo. Observo a la gente llegar, y la observo irse, y ya aprendí a no pararme en la puerta para impedirles pasar. Acumulo relaciones catastróficas en algún cajón que ya me queda chico, pero siempre le hago espacio a alguna más. Vos podés pasar a ser otro de los nombres que ahora me duelen, y si te soy honesta, si no te vas voy a irme yo, porque nada de esto jamás me supo a libertad. Vos andá que yo me arreglo, y ya sé que te rogué que no lo hicieras el martes en el balcón de tu departamento, pero eso no importa, porque yo me conozco. Hasta los presos después de un tiempo creen que prefieren el encierro, pero sólo es comodidad. No me creas cuando te digo que quiero que funcionemos, porque si realmente quisiera, lo haría funcionar. Creeme cuando te digo que te quiero. Los quise a todos, de distintas formas, con tintes y matices diferentes, pero no fui sincera si te dije que esta vez es especial. Ya me sé el final d

En donde estabas vos

Esa tarde me dijiste "Nadie es feliz. O se está feliz O se está buscando estarlo" Y yo me reí  Y te hice un chiste sobre ser o no ser Y sobre Shakespeare Y vos me dijiste "No, no, no. No es acerca de ser Nadie es algo invariable. Todo se trata de estar feliz O de estar buscando estarlo" Y pasó. Pasó esa conversación  Pasó esa tarde Y pasó la relación Así que ahora puedo pensarla Y la pienso y repienso Entonces me acuerdo de ese día  Y me acuerdo de esa frase Y me doy cuenta de que esa tarde Yo estaba feliz de verdad Y ahora que te fuiste  Pienso Que estoy buscando estar feliz O que te estoy buscando  Es gracioso que, pensándolo bien Parezca lo mismo Y ahora pienso y repienso Que la felicidad Como vos me dijiste No es algo Sino que está o no está  Y que para mí estuvo justo ahí En donde estabas vos

Terrenos seguros

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Siempre, o al menos el último tiempo, me manifesté en contra de mi trabajo: Del escritorio, de la computadora que todos los días se trababa, de que ya no estaba creciendo, y yo quería crecer. Pero ahora, que lo estoy dejando, siento una especie de extraña melancolía: Mi escritorio, mi computadora, mi rutina, mis clientes. Ya nada de eso va a ser mío. Ahora va a ser de otro, se me va a volver cada vez más lejano hasta que ya no recuerde bien cómo me sentía ahí, hasta que ya no sea la misma que era en ese entonces, con ese trabajo. Quizás, seguramente voy a ser mejor. Pero voy a ser otra. Y eso es lo que ahora me interpela. Eso es lo que arde, intranquiliza o asusta: El renunciar a mi vida como era. A renunciar a quejarme siempre de las mismas cosas, hasta tomarles cariño. La computadora se trababa. Constante e inevitablemente. Y eso la hacía mía. En ese detalle mínimo yo me apoderaba de ella, y la diferenciaba de las demás. Yo sé que hay muchas computadoras en el mundo que se detie

"Todos los caminos conducen a Roma"

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"Todos los caminos conducen a Roma", dice el refrán. En la época del imperio Romano se construyeron más de 400 vías. 85.000 kilometros. Todas desembocaban en Roma. Te veo a lo lejos, estás por cruzar la calle que nos distancia, y me sonreís. Pero de pronto te quedás quieto. Entonces me empiezo a acercar yo. Tu sonrisa se comienza a desfigurar a medida que avanzo. Eso es extraño. Estoy segura de que era cálida. Ya no es una sonrisa. Ahora es una mueca monstruosa, diabolical, demoníaca. Me asusta. Los kilómetros entre nuestros cuerpos se multiplican. Estabas cerca. A pasos. Ahora no. Mi consciencia me pide que me vaya corriendo en la dirección contraria, todo mi ser me advierte que debería dar la vuelta, que lo debería hacer por mi propia vida, que ya estuve acá una, dos, tres veces, que si avanzo me pierdo, que lo que era ya no es más. Que no estás sonriendo. Que no sos como te recuerdo ni como te atesoro. Que seguir me va a lastimar. No importa. Porque te quiero

Nuestra autopsia

Estoy otra vez ahí, seis de la tarde, sentada en el borde de la cama de la habitación de tu hermana. Vos buscándome un desmaquillante en sus cajones. Hace frío, pleno junio. Y culpamos a la tormenta por haber pasado todo el domingo en la cama viendo series, o no viéndolas.  Como si el sábado, que fue soleado, no hubiéramos hecho lo mismo. Como si necesitáramos algo más que una habitación con Sherlock Holmes haciendo algo de ruido de fondo desde tu televisor. Cuando todo terminó, lo confieso, la volví a ver toda otra vez. Pero la vi de verdad. Y el final sigue sin parecerme tan espantoso como a vos, y como al resto del mundo. Y me pregunto si vos la volviste a mirar. (¿El final te sigue pareciendo espantoso? Necesito saber este detalle irrelevante por algo. También quiero saber si tu papá pudo vender la moto. No sé por qué. Por algo.) Pero ese es otro tema. Mi pelo envuelto en un toallón blanco. Mis ojos con ojeras negras por el rimmel corrido. Eso te hace reír. Estoy vestida con

Esta noche

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Si mis uñas estuvieran apenas clavadas en tu espalda, recorriéndola con vehemencia, y si una de tus manos, las que nunca toqué, estuviera en mi cuello, apretándolo justo lo suficiente. Si mi cuerpo estuviera semidesnudo en el sillón rojo que tenés en el living, con la respiración agitada, aunque lo del sillón lo estoy presumiendo, y si el tuyo estuviera encima del mío, hasta que la tensión aumentara y yo me aburriera de que lleves el control. Si mis ojos estuvieran fijados en el ventilador que cuelga de tu techo, aunque no tengo idea si tenés un ventilador, ni sé cómo es tu living, y si el corpiño de mi conjunto de encaje negro estuviera en tu piso de madera, junto a las latas de cerveza, si es que el piso es de madera, si es que no elijo el conjunto rojo, si es que no estamos tomando vino. Si mi cartera estuviera en el mueble que tenés al lado de tu biblioteca, si hay un mueble, o simplemente tirada al lado de la biblioteca, porque después del primer beso todo lo hubiésemos hecho com

El miedo a perder

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Lo bueno de no tener nada que perder e s que camino liviana.  Las tragedias me pasan cerca, me  rozan.  Pero no son mías. O tros sufren sus desilusiones, otros  sienten su corazón roto.  Otros tienen miedo d e dar algún paso en falso, y  perder algo o perder todo, y  entonces retroceder. Yo no. Yo no tengo nada que proteger. Y o ya estuve ahí.  Yo ya sé que la felicidad del amor e s un elixir, y  que la inevitable posterior despedida e s un veneno, q ue no te mata, p ero te hace sentir muerto.  Yo ya sé lo que se puede sufrir. L o entiendo.  Lo acepto. Y  lo quiero. Porque cuando no tenés nada para perder, t ampoco tenés nada para ganar. N o caminás liviano.  Caminás vacío.  Y las tragedias no pueden tocarte p orque el amor tampoco puede.  Otros disfrutan su felicidad.  Otros celebran su suerte. Yo ya sé lo que se siente q ue te rompan el corazón.  Y no puedo esperar a ser feliz otr a vez.  Aunque en ese momento m e puedan lastimar y  ahora no. Porque cuando no tenés nada p