Lionel Messi: El futbolista extraordinario no pudo contener al hombre ordinario

Messi es fútbol, es historia, es patrimonio Argentino y patrimonio universal. Messi es el mejor de todos los tiempos. La aspiración máxima de cada jugador que ahora mismo está en la reserva de algún club en algún lugar recóndito del mundo. Es el sueño de los más chicos que juegan al fútbol con una botella mientras visten la camiseta del diez. Es siete balones de oro, es cuatro Champions League. Es el Rosarino que se sigue comiendo las ''S'' después de más de dos décadas viviendo en Europa codeandose de gente de poder. Es él que decidió apostar a una ambición que por momentos pareció probable, pero la mayor parte del tiempo imposible e inalcanzable: Ganar algo con Argentina.
Messi es el ''no'' que le dió a los españoles, los mismos que apostaron a él desde el minuto cero, en su intento de nacionalizarlo, sin peros en la lengua, sin detenerse a evaluarlo ni un segundo, con una sola convicción más fuerte que cualquier necesidad de triunfo individualista: la pasión por su país, por su tierra, por su sangre, por el mate, el asado y el vino. Es el que, con dieciocho años, dijo que, o jugaba en Argentina o no jugaba con ninguna otra camiseta en ningún mundial. Y cumplió. Y se quedó con nosotros aún cuando parecía que todos eran más justos y agradecidos con Messi de lo que éramos con él en su propio país. Tragó veneno. Aguantó injusticias. Nos llevó a tantas finales que se nos deslizaron de los dedos de modo casi inexplicable, como cuando la vida insiste en alejarte de una meta y entonces es inevitable preguntarte si eso significará que es irrealizable.
Cuando el destino torcía el camino y el fútbol era injusto una y otra vez con quien más alegrías le dió, la responsabilidad absoluta recaía en un hombre: en el diez. Era a él a quien juzgaban con violencia y vulgaridad. Era él el cuestionado, el criticado, el villano, el culpable. De pronto el sueño de un niño se convirtió en el karma, en el peso muerto, en la mochila a los hombros de un hombre al que se le apagaba la mirada y se le oscurecían los ojos cada vez que tenía que ponerse la camiseta de su país y escuchaba sonar el himno que le daba temor cantar. Al que se le encorbaba la postura cuando se oía el silbato que daba inicio a un nuevo partido del que sería plenamente responsable a los ojos del mundo si tocaba perder, en una selección que giraba en torno suyo, en un equipo que era Messi-dependiente y poco colaborativo.
Un hombre que lo había logrado y que seguiría lográndolo todo: la fama, el dinero, los éxitos, la plenitud en lo familiar y en lo personal, los premios, los reconocimientos, las ovaciones, los títulos, los records. Al que nada de eso le iba a significar nada y todo le sabría a poco si no obtenía una satisfacción que ya, lejos de ser meramente deportiva, se había vuelto íntima, caprichosa, personal: Es que cuando el mundo dejó de demandarle el broche de oro al ya perfecto deportista y comprendió que sería el mejor con o sin títulos con su selección, cuando su país lo reconoció de forma unánime y se terminaron los debates inútiles, justo en ese instante su sueño, todavía intacto, lo volvió cercano a nosotros, a los terrenales, a los que nos despertamos y nos tomamos el transporte público para ir a trabajar por nueve horas, a los que intentamos llegar a fin de mes y hacemos malabares para afrontar el día a día para poder darnos algún gusto, vestir a nuestros hijos, o simplemente comer, a los que somos mayoría, a los que tenemos algún sueño pequeño y caprichoso como recibirnos de alguna carrera, viajar a algún sitio, conseguir trabajo, tener un pequeño éxito en algún pequeño pueblo, aprobar un examen, obtener la licencia de conducir, hacer arte para algunos pocos, publicar un libro, escribir una canción, terminar la secundaria a destiempo, ir a entrenar todos los días, cambiar nuestros hábitos alimenticios, rendir bien un final oral. Él hizo lo que nosotros hacemos todos los días cuando nos despertamos y le hacemos frente al mundo y le ganamos por cansancio a nuestras pequeñas metas, a nuestras pequeñas ambiciones, a nuestros pequeños deseos. Siguió intentando casi por inercia.
Y dijo que no era para él. Que no podía ganar nada con la selección. Y lloró lágrimas de cansancio que lo volvieron humano, lágrimas de derrotas en déjà-vu, de frustración, de sudor y cansancio. Porque se frustró, como nos frustramos los terrenales cuando no pasamos una entrevista laboral y vemos pasar los días sin que nos llamen, cuando el sueldo no nos alcanza para nada, cuando nos echan del trabajo, cuando estudiamos para un diez y nos sacamos un cuatro, cuando nuestro máximo esfuerzo se diluye en la triste y gris nada. Se sacó la capa de perfecto, de privilegiado, de uno en un millón, y tuvo la humildad de declarar en televisión Nacional y frente a un mundo que lo escuchaba, la frase inolvidable ''Lo intento, pero no se me da''. Esa frase que todos los terrenales en algún momento de nuestras vidas usamos cuando sufrimos una nueva desilusión amorosa que nos golpeó y nos derribó la vida en un instante, cuando no nos alcanzaron los ahorros para el auto o el alquiler, cuando no pudimos hacerle frente a una vida que insiste y persiste en no hacerle justicia a nuestro esmero, a nuestra dedicación, a nuestros interminables intentos de conseguir la pequeña victoria que anhelamos y que para nosotros tiene caracter de inmensa, de enorme, de mundial. 
Renunció, por unos días, como cuando nosotros, los terrenales, no podemos levantarnos de la cama cuando la depresión o ansiedad nos destrozan la salud mental, cuando no somos capaces de ganar nuestras batallas internas, cuando agotamos nuestra reserva de fuerzas tratando de romper una pared que, como dijo Di María, parece inquebrantable.
Y después volvió a intentar, a probar, a ir por todo con la probabilidad de perder de nuevo, de estirar una agonía y un sufrimiento de muchísimos años, casi por inercia, sin pensarlo demasiado, solo porque Messi, el talento conocido por el mundo entero, el mejor de todos los tiempos, el futbolista extraordinario, no pudo contener al hombre que es común y corriente, al hombre que es ordinario como nosotros, los ordinarios, los terrenales, y Messi, el patrimonio Argentino y universal, demostró ser el mejor de todos los tiempos no solo por lo ya conocido, ni por sus premios, ni por romper records a diario, ni siquiera por haber ganado una copa américa y un mundial y darle a su tan amado país un título después de unos largos 36 años, sino por una cosa que lo distingue de los inalcanzables, de los intocables, de los que solo generan admiración pero que no generan el efecto-espejo que Messi se encargó de crear en nosotros, los hombres ordinarios, a través de una lucha que presenciamos a la par suya: Él, que lo tenía absolutamente todo, no se rindió ante un destino que caprichosamente decidía alejarlo de su sueño hasta la última atajada del Dibu Martinez en el último segundo del último tramo de alargue del último partido de su, tal vez, ''último'' mundial. Y le ganó a la vida por cansancio, por terquedad, por obstinación. Y pateó y pateó la pared hasta que la pared se fragmentó en pedazos de resiliencia que clavó para siempre en el cuerpo de todos los que tenemos la fortuna de quererlo y valorarlo, en todos los niños que ahora van a seguir su ejemplo cada vez que tengan una prueba en el colegio, una muestra escolar, un deseo de hacer arte, de tocar un instrumento, de cantar, un pequeño sueño, una meta fija, un sueño en el corazón.
Messi se volvió alcanzable, cercano a nosotros, de carne y hueso, y nos susurró que él, que lo tiene todo, es uno más de nosotros: y que no basta el talento, ni la virtud, ni el éxito si no se tiene resiliencia, ambición, perseverancia, constancia, tenacidad. Porque él podría haberse vencido, daba lo mismo, ya estaba en los libros de historia, ya no le debía nada a nadie, ya era Lionel Andrés Messi Cuccittini y lo sería con o sin la copa dorada que tanto persiguió. Pero si no se venció... ¿Quién carajo somos nosotros para hacerlo?

Sol Iannaci.

Comentarios

  1. Justo ahora estoy pasando por un momento difícil y esto era algo que necesitaba. Te amo Sol. Gracias por todo❤️‍🩹

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