Un té

Te vi después de tantos meses, otra vez. Para mi sorpresa estaba todo intacto. Cual si el tiempo no hubiera pasado, cual si las lágrimas de septiembre no hubieran existido, cuál si el frío que sentí en pleno enero, por tu ausencia, ya pareciera como de otra vida. Mi amor estaba intacto. E hiciste todas esas cosas que siempre me encantaron de vos. Y te reíste con esa risa y esa sonrisa que moría por hacerte brillar. Y movías las manos al hablar igual que recordaba que hacías, y el tono de tu voz era el mismo que todavía tenía presente en mis recuerdos. Y me mirabas de la misma forma, y el color de tus ojos estaba más claro, como te pasaba algunos días, según el tiempo. Y tenías el anillo que nunca te sacás, y seguías sosteniendo el té con la misma mano. Y tus ojos se achicaban de igual forma cuando sonreías, y seguías levantando una ceja cuando algo te sorprendía. Todo estaba igual a antes de tu partida, a antes de que desordenaras mi vida, y mi amor también. Pero todo era distinto.

Esta vez no iba a decirte hola ni a abrirte las puertas. Esta vez, por mucho amor que hubiere, no me iba a someter de nuevo a tu adiós ni a tu indecisión. Un té. Eso bastó para que me diera cuenta que esperaba que fueras otra vez en mis recuerdos ese que sonreía con los ojos y movía las manos al hablar. Un té. Eso bastó para que me diera cuenta que también eras ese que me dejó de un día para el otro, así como se dejan las cosas que no importan ni se aman con tal intensidad.
Un té. Y entendí que tu partida pesaba más.

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