24 de diciembre
Cuando entraba a la casa de mi abuelo, el universo entero se pintaba de rojo, verde y azul. Mis cejas se alzaban, mis mejillas se enrojecían, mis labios no podían detener la sonrisa más grande que alguien alguna vez dibujó en mi rostro. Mi abuelo era un tipo frío, dice el diariero de la esquina. Mi abuelo era un hombre duro, dijo una vez mi tía por teléfono. Mi abuelo se fue de este mundo sin saber lo que era fundirse en un abrazo. Una vez me dió tres palmaditas en el hombro: mamá nos miró con ojos grandes y las facciones se le congelaron. ''Mamá parece una estatua'', pensé en ese entonces. No reparé en nada excepto en la reacción de mamá. No reparé en que lo que estaba pasando era histórico, imponente, sin precedentes en la historia de mi abuelo, un veterano de guerra, un creador de silencios cada vez que entraba a una habitación. Hasta los pajaros dejaban de cantar cuando mi abuelo caminaba. Todos le teníamos un respeto que él no había exigido ni buscado: Era lo que g