Tristeza
Las gotas de
agua abandonaban la canilla y producían un ruido continuo e insoportable, y yo
rezaba porque simplemente se detenga de una vez. Parecía jamás ser posible, y
me dañaba, algo tan insignificante me sacaba el sueño y hacía de mí una persona
nerviosa. Era una pequeña molestia que a cada minuto se convertía en algo
mayor, hasta que se detuvo, al fin, después de tanto pedirlo.
El silencio
invadió el lugar. Me había olvidado cómo se sentía la calma absoluta. Para mi
sorpresa mis oídos se habían acostumbrado a esa sensación, ese ruido constante
de las gotas al caer. Ya no me sentía bien sin quejarme de aquello que tanto
busqué evitar. Me levanté, fui al baño, y volví a abrir la canilla un poco,
solo lo suficiente para que el goteo comience otra vez. El sonido volvía a
molestarme, y en esa molestia yo estaba cómoda.
- Que
peligroso - Pensé, mientras me volvía a perturbar el ruido del agua - Un día te
volves adicto a lo que te lastima, y ya ni siquiera sabés si querés salir de
ahí.
Cuantas veces
habré sido yo la que se aferraba a la tristeza, por costumbre. Cuantas veces
nos será adictivo el vivir mal, porque nos asusta lo que podemos perder por
arriesgarnos a algo mejor. Cuantas veces, dejamos pasar soluciones, porque
inconscientemente vemos que nos es más simple abrazarnos al problema. Cuantas
veces yo, habré sido mi propia piedra en el camino, alejando de mi todo lo que
era remedio, porque es más fácil que vivir con ese miedo idiota de saber que
curarme conllevaba el riesgo implícito de poder volverme a enfermar.
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