Estación de tren
Durante días
enteros, esperó sentado en la misma estación. La gente bajaba y subía, llegaba
y se iba, y él seguía mirando, buscando, con la esperanza que se asomaba con la
llegada del tren, y se volvía a disipar con su partida. Jamás en su vida volvió
a ver tantos rostros en tan poco tiempo, fue partícipe de varios reencuentros,
varias despedidas, de lágrimas de emoción y de lágrimas de tristeza, y él
seguía ahí, expectante, observando, aguardando que algo mágico suceda, preso de
su optimismo.
Hasta que el
día 28 del mes de marzo la vio llegar. Ella, hermosa como siempre. La hubiera
reconocido a kilómetros, porque no había nadie igual. El había convivido
suficiente tiempo con ella como para aprenderse de memoria hasta su forma de
caminar, de manera que bastó observarla un segundo para que los días de espera
cobraran sentido.
En ese pasado
que ambos compartían, había estudiado cada rincón de su cuerpo, de su cabeza,
de su personalidad. Sabía todo de aquella mujer que ahora tenía en frente, con
una mochila enorme a sus espaldas y dos bolsos de mano, volviendo otra vez. Ya
no importaba tanto el dolor que le causó cuando decidió irse, ya no importaba
tanto que jamás le haya dicho por qué, ni tampoco los días que había destinado
a intentar encontrarla, tan solo quería abrazarla otra vez, sentirla real,
tocar su piel, escuchar su corazón, saberla cerca después de tanto tiempo
durante el cual solo había podido imaginarla, soñarla, y recordarla como
aquella única mujer a la que pudo amar con todo su alma.
Algunos
esperan por siempre que determinados trenes vuelvan a pasar, dedican su vida
entera a intentar repetir historias viejas, a volver a ver las mismas
películas, y releer los mismos libros. Algunas personas te marcan de tal manera
que solo podes sentarte a esperar en una estación que vuelvan, por al menos un
rato, a hacerte sentir vivo. Algunos momentos nos hicieron tan felices, que ahí
nos quedamos, aguardando y rezando por volverlos a sentir. Deteniendo la vida
hasta que eso nos suceda.
Ese día el
huyó, cobarde, o quizás se dio cuenta cuando la tuvo a centímetros, lo
realmente lejos que estaba de esa mujer. Esa mujer hermosa, que le dio sus
mejores días, y le dejó las peores noches. Esa mujer, la que lo abandonó como
abandonan las cosas las personas cobardes, de un día al otro, sin explicación.
Y es que ahí, a centímetros, ya no se veía tan hermosa, ni tan única, ni tan
inalcanzable. Se veía humana, llena de defectos, de miedos, y de culpas que
cargar. Humana, con derecho a equivocarse, con errores cometidos, con
decisiones que quizás, el no podía realmente ignorar y perdonar. A veces cuando
llega ese tren que tanto anhelábamos que vuelva, entendemos lo mucho que lo
idealizamos en la distancia, nos preguntamos si realmente es lo que queríamos,
si no era más que un capricho, un miedo a no volver a ser felices como lo
fuimos en ese pasado que glorificamos. Ese día el huyó, sin cobardía. Huyó más
valiente que nunca.
Algunos dicen
que se llegaron a cruzar sus miradas, y que el susurró un perdón antes de irse
rápido, sintiendo por primera vez en meses, que era una persona libre. Otros
dicen que ella jamás supo que él había estado ahí ni ese atardecer, ni ninguno
de los anteriores, y que jamás tampoco le importó. Que para ella ese tren, ya
era historia desde que se había marchado. Yo prefiero pensar que se miraron, y
que él le dijo gracias. A veces es necesario volver a vivir, volver a mirar,
volver a leer, a veces es necesario esperar como un idiota a quién ya no te
espera. A veces es necesario escarbar en la herida y darte cuenta que el otro no
es un enemigo, ni un Dios. Es una persona, que a veces no está a la altura de
lo que nosotros esperamos de ella, tan solo porque somos nosotros los que en
ese momento de la relación, crecimos y estamos para algo mejor.
Ese es el
final que yo prefiero darle a este cuento. Le susurró ''Gracias'' y pensó para
sí ''Ahora sé que existe y merezco algo mejor. ‘‘
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