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Mostrando entradas de agosto, 2017

Estabilidad

Coloqué una carta más en mi castillo de naipes. Tambalearon, pero seguían de pie. Me reí, festejé la victoria, y el viento que surgió de mi propia risa hizo que todo se terminara por derribar. Parece que ser feliz no es para mí, pensé, que esperan a verme esbozar una sonrisa para borrármela del rostro en tan solo un segundo. Cuantas veces mi autoestima, mi vida entera, fue ese castillo de cartas, frágil, y una simple nimiedad amenazaba su estructura entera. Los días pasaban y temblaba pero no se caía, y yo reía, porque solucionaba el problema superficial. Pero el problema de fondo, es que tu felicidad dependa de algo tan débil y fácil de destruir. Entonces entendés, que podés intentar mil veces rearmarlo, con las mismas piezas, o podes elegir rearmarte, de cero y con un material distinto. Uno que no cualquier dificultad puede destrozar. Podes ser una persona débil, y sobrevivir a base de una alegría ficticia, o podés hacerte fuerte, y que cuando te sepas feliz, no importe tanto si

Tristeza

Las gotas de agua abandonaban la canilla y producían un ruido continuo e insoportable, y yo rezaba porque simplemente se detenga de una vez. Parecía jamás ser posible, y me dañaba, algo tan insignificante me sacaba el sueño y hacía de mí una persona nerviosa. Era una pequeña molestia que a cada minuto se convertía en algo mayor, hasta que se detuvo, al fin, después de tanto pedirlo. El silencio invadió el lugar. Me había olvidado cómo se sentía la calma absoluta. Para mi sorpresa mis oídos se habían acostumbrado a esa sensación, ese ruido constante de las gotas al caer. Ya no me sentía bien sin quejarme de aquello que tanto busqué evitar. Me levanté, fui al baño, y volví a abrir la canilla un poco, solo lo suficiente para que el goteo comience otra vez. El sonido volvía a molestarme, y en esa molestia yo estaba cómoda. - Que peligroso - Pensé, mientras me volvía a perturbar el ruido del agua - Un día te volves adicto a lo que te lastima, y ya ni siquiera sabés si querés salir de a

Vidrio

Se sentó frente a la ventana de su habitación, que daba a la calle. Todo se veía gris, oscuro. Cual si estuviera a punto de empezar a llover. Todos los días parecía a punto de empezar a llover, pero jamás llovía. La vista la deprimía, pero todos los días se sentaba ahí, a mirar por la ventana, como si fuera una costumbre. Y las costumbres son difíciles de eliminar. Para ella era un hábito, como usar el buzo que su madre le había regalado cuando tenía 12 años, y que jamás había dejado de ser su preferido, o como tomar el café en una misma taza porque para ella en ESA tasa tenía un sabor distinto. No necesitaba comprobar que esto era verdad, ella lo creía y con eso le bastaba. Como creía que el buzo le traía suerte, y que sentarse a ver por la ventana los días grises era un hábito imposible de eliminar. Claro que todos los días su padre insistía con que limpie el vidrio, con que la tarde en realidad estaba hermosa, que el sol brillaba, y que no había que temer por ninguna tormenta. P